2. TRAYECTORIA HISTÓRICA
El mismo año que se promulgó la Constitución Española,
un grupo de maestros recién llegados a El Viso del Alcor impulsaron la
formación teatral en la escuela mediante el lanzamiento de un Festival de
Teatro Infantil. Los cambios sociopolíticos que experimentó la sociedad
española en aquellos años alcanzaron también a los ámbitos educativos y
culturales. Fueron años de renovación educativa, fueron años de expansión del
arte dramático, fueron años de confianza en la confluencia de la educación y el
teatro al objeto de formar una nueva ciudadanía democrática. Habría que
recordar, por ejemplo, el encomiable ejemplo de Alfonso Jiménez Romero, del que
ya dimos cuenta en otro trabajo publicado en un número anterior de Don
Galán. Anterior incluso al de El Viso del Alcor son los festivales teatro
infantil de Montilla y de Valencia, como también el juvenil de El Ejido,
promocionado desde su instituto de enseñanza secundaria. Fruto de ese espíritu
de los tiempos fue la Semana de Teatro Infantil, con formato asimismo de
festival, que ahora nos ocupa.
Y fueron también, no se debe dejar pasar por alto,
años de recuperación de sentimientos nacionales, que afectaron profundamente a
Andalucía. Aquel mismo año de la Primera Semana de Teatro Infantil en el Viso
del Alcor conviene recordar que se fundó el Congreso para la Cultura Andaluza,
que no sobrevivió mucho más a su altisonante proclamación, encomendada al
dramaturgo Antonio Gala. Al siguiente año dicho Congreso manifestó su apoyo a
la segunda edición del Festival. No hubo más pronunciamientos, porque a buen
seguro que para la tercera edición el Congreso se hallaba ya en estado
absolutamente exánime.
Es El Viso una población constreñida entre los
términos municipales de Mairena del Alcor y Carmona. Por tal razón se han visto
obligadas sus gentes a generar constantemente iniciativas. Y entre éstas, el
teatro siempre ha contado. De hecho, su Teatro Municipal se incluía en las
giras de importantes compañías nacionales, y a su calor se habían formado
algunos grupos de teatro aficionado. La veintena de profesores que llegaron al
pueblo en torno a 1976 para cubrir los cuadros docentes de los cuatro colegios
públicos existentes en la localidad encontraron campo abonado para las
inquietudes e iniciativas que deseaban acometer. La mayor dificultad que
encontraron fue la de un alto absentismo escolar. Los jóvenes abandonaban a muy
temprana edad la escuela para incorporarse al mundo laboral. La estrategia para
devolver a las aulas a la población escolar consistió en la creación de
talleres. El de teatro fue acaso el que más proyección alcanzó. Debido a la
tradición dramática asentada en El Viso, la introducción del teatro en las
escuelas de la localidad no solo no generó resistencia, sino todo lo contrario,
contó con la complicidad y la colaboración tanto de entidades públicas y
empresas como de las familias y de la comunidad escolar. Pero en ningún caso la
formación teatral pudo traspasar la frontera de las actividades extraescolares,
pese a las previsiones legislativas vigentes entonces que contemplaban la
posibilidad de su incorporación al currículo formativo como asignatura
opcional.
Los promotores de la iniciativa, los hermanos Calabuig
Fernández, contando con la colaboración de sus compañeros de claustro,
consiguieron contagiar a los otros tres restantes Centros de Educación General
Básica existentes en El Viso del Alcor, y crear así un fuerte núcleo escolar
sobre el que gravitarían de inmediato otros Centros de la provincia de Sevilla.
Por primera vez se creaba en Andalucía una red de escuelas implicadas en la
formación de sus alumnos desde la práctica dramática. Y El Viso del Alcor
capitalizaba el protagonismo de tal iniciativa, convirtiéndose de hecho en la
capital provincial del teatro escolar.
Desde los inicios del proyecto sus promotores
estuvieron muy seguros de que el certamen debía acogerse a una fórmula
competitiva, para fomentar el espíritu de superación. Aun así, procuraban que
ningún participante saliera decepcionado del concurso, pues lo que más
importaba era la participación. Así se idearon tantos premios que raro era
quien saliera descontento del certamen por no haber sido reconocido. Esto
obligaba a la organización a multiplicar sus gestiones ante instituciones
públicas y empresas privadas para proveer de dotaciones los premios. Así se
llegó el año de 1978 a la celebración de la Primera Semana de Teatro Infantil,
que presidió el Delegado Provincial de Educación y Ciencia, acompañado por una
representación del Congreso para la Cultura Andaluza. El diario ABC dio cumplida noticia del acontecimiento, como
siguió haciéndolo en las sucesivas convocatorias. Que le concediera a la
noticia una columna central de página, de cabecera a pie, da idea de la
importancia con que el rotativo sevillano valoró el evento, que tituló como “una
iniciativa ejemplar”. Se especifica que participaron en el
concurso treinta y tres grupos escolares de los que quince fueron seleccionados
para la fase final1.
Los premios que en aquella ocasión se concedieron fueron: un primer premio,
dotado con veinticinco mil pesetas, y dos accésits recompensados con diez mil
pesetas; otro premio a la obra de carácter más infantil y otro a la de carácter
más humanitario; a la mejor dirección, al mejor montaje, a la interpretación de
grupo, al mejor actor y mejor actriz. El premio a la mejor obra fue declarado desierto,
por haber sido seleccionada en primera instancia la obra titulada El
rey que perdió su uña, luego excluida al saberse que su autoría
correspondía a José Calabuig; no obstante, recibió la dotación del premio,
veinte mil pesetas, por parte del APA del colegio.
El tratamiento de la noticia y su contenido dan a
entender un entramado de la Semana nada improvisado: en primer lugar, que debió
haber una campaña previa para difundir la iniciativa por los centros escolares
de la provincia de Sevilla, con el tiempo suficiente para favorecer la
participación. [Fig. 1, fig. 2 y fig. 3] Por qué medios se hizo esa campaña aún nos es
desconocido. En todo caso, resultó eficaz, pues o bien incitó la implantación
de actividades dramáticas en al menos esos treinta y tres centros que
participaron en la selección, o bien sacó a luz y otorgó prestancia a unas
actividades extraescolares ya existentes. En segundo lugar, se creó una
comisión con el cometido de seleccionar las obras que habrían de pasar a la
fase final, comisión formada por profesores del colegio Rey Juan Carlos I.
Sabemos por los mismos profesores que las inevitables ausencias del aula para
girar las necesarias visitas a los colegios de la provincia eran cubiertas por
compañeros, según acuerdo del claustro. No es probable que fueran más de dos
los encargados de esta selección, por parte del profesorado, que se hacía
acompañar por alguna representación de padres de alumnos. Es de suponer que el
criterio que les guiaría en ella sería el de la madurez de los espectáculos,
que garantizara una representación de cierta calidad. Con el tiempo estas giras
fueron sustituidas por grabaciones audiovisuales que los mismos centros
interesados remitían a la comisión del colegio Rey Juan Carlos I.
De la información se deducen otras circunstancias que
dotan de singularidad a la Semana de Teatro Infantil de El Viso del Alcor: que
los grupos participantes estaban integrados por alumnos de todas las edades
comprendidas en la enseñanza general básica, y que las obras representadas en
su mayoría eran originales, bien resultado de una creación colectiva guiada por
los maestros, bien salidas de la imaginación de alguno de ellos para la ocasión
–José Calabuig compuso varias en aquellos años– y condicionadas por la
composición del grupo. También se hacían adaptaciones de clásicos, o se
aprovechaban las de autores como Alfonso Sastre, cuyo título La muñeca
abandonada, adaptación de El círculo de tiza caucasiano de
Bertolt Brecht, recibió el primer premio al carácter humanitario.
La idea que presidía el certamen era, pues, la de
estimular la creatividad de los niños mediante el ejercicio dramático en todos
sus niveles: desde la práctica actoral a la autoría. Tanto es así, que en la
segunda edición del certamen resultó premiada la obra de una niña de nueve
años, Carmen Polo Guerrero, titulada La escoba que quería barrer. A
esta precoz autora dedicaba ABC el faldón de su segunda página
de espectáculos (18 de mayo de
1979, p. 77), tras haber cubierto la anterior con una
información extensa a tres columnas y cuatro ilustraciones fotográficas sobre
el certamen (19 de mayo de
1979, p. 85). Si contrastamos esta noticia con la
segunda contenida en la página, en columna de salida, dedicada al teatro universitario
de Córdoba, con fotografías de Gabriel Celaya y Rafael Alberti, es fácil
deducir la repercusión que la semana teatral infantil había cobrado en el
panorama cultural. Aún páginas más adelante volvía a insistir el rotativo
sevillano en el certamen, para dar relieve a la labor del Club Palmera –activo
aún en el tiempo en que se escriben estas líneas–, cuyo grupo de teatro había
obtenido el primer galardón del Festival, con dos instantáneas de la
representación de la obra anteriormente nombrada.
De las sucesivas informaciones de ABC en
las siguientes ediciones se espigan obras y nombres de autores conocidos, como
obras escritas intencionadamente para el concurso o resultantes de creaciones
colectivas de los grupos infantiles. Si en la primera edición saltaba el nombre
de Alfonso Sastre, el del sevillano Fernando Macías se repetía en la segunda y
tercera edición con la misma obra, titulada Ecos de caracola, que
había obtenido el primer premio Barahona de Soto (ABC, 30 de abril
de 1980, p. 81); y en la sexta edición, ya en el año de
1984, coinciden Fernando Arrabal, con Pic-nic; Apuleyo Soto,
con El circo; Jordi Teixidor con su galardonada El retablo
del flautista, y Molière, con El médico a palos (ABC, 27 de mayo
de 1984, p. 117). Algunos de estos nombres repetirán más
adelante, como el de Arrabal, con El triciclo o Fando
y Lis, y se irán incorporando otros, como Antonio Buero Vallejo con
su Historia de una escalera, cuando el certamen amplíe su campo a
la educación secundaria. Junto a estos nombres se recogen los de autores hechos
al calor mismo del certamen, en buena medida maestros que doblaban sus
funciones como directores teatrales en no pocas ocasiones: José Calabuig, María
Luisa Candau, Manuel García, Bernardo Zots, Martín Vega Sanz.
Según los datos facilitados por don Clemente Calabuig,
entre 1978 y 1990 se representaron un total de setenta y tres obras originales,
entre descartadas y seleccionadas, destacando el año de 1987 como el más
productivo al contar con trece. Del total, cincuenta y siete títulos venían
firmados por un autor, los restantes eran producto de creación colectiva. Entre
los que más se repiten: José Calabuig, con siete títulos; Antonio Guillén, con
seis; María Luisa Candau, con cuatro; Andrés Espejo, con tres, y Bernardo Zots,
con dos originales y otra obra más ya estrenada. Entre los autores consagrados,
son muchos más los contemporáneos que los clásicos. Entre éstos, Lope de Rueda
es el más representado, seguido por Cervantes y Molière. Shakespeare repitió
dos veces el mismo título, La fierecilla domada, y tan solo una vez
subieron al escenario personajes de Lope de Vega (Fuenteovejuna),
Andersen y Perrault. Entre los contemporáneos, se disputan protagonismo los
Hermanos Quintero, con quince representaciones, y García Lorca, con trece,
siendo entre sus títulos el más interpretado el de La zapatera
prodigiosa, en cuatro ocasiones. Destacan también Apuleyo Soto, con nueve
representaciones; Muñoz Seca, Alfonso Sastre y Oscar Wilde, con cuatro cada
uno; y ya con menos, Gianni Rodari, Luis Matilla, Jorge Díaz, Saint Exupery o
Tagore. Algunos títulos llamativos: Marcelino pan y vino, de
Sánchez Silva, o El Mago de Oz, de Frank Baum.
Tanta relevancia alcanzó el certamen que la
organización, asentada en el Colegio Rey Juan Carlos I, recibió peticiones de
grupos escolares andaluces allende la provincia de Sevilla, y aún de fuera de
Andalucía, peticiones que se vio obligada a desatender por desbordamiento. En
cambio, se dieron otros pasos para ampliar los horizontes del certamen. En las
páginas de ABC del 9 de mayo
de 1987, coincidiendo con la IX edición de la
Semana de Teatro Infantil, se anunciaba la convocatoria de un concurso para
autores, denominado Bastilippo, al que habían concurrido cincuenta obras desde
todos los rincones de la geografía nacional. Justo un mes después el mismo
diario informaba de la concesión de los premios: María del Carmen Ramos Pueyo,
por su obra El reloj de colores, conquistaba el primer galardón;
Fernando Macías, con Magia en la noche, el segundo, y
Francisco Javier Sánchez Muñoz, con Pelos azules, el tercero;
elegidos entre una cincuentena de obras presentadas (ABC, 9 de
junio de 1987, p. 42).
En el número 19, año 1988, de la manchega
revista Alacena de Deseos se puede leer la convocatoria del
segundo premio Bastilippo, para obras destinadas a un público infantil
comprendido entre los seis y los catorce años de edad, con fecha última de
presentación la del 30 de abril. El objetivo que se proponía la organización
era el incremento de la literatura dramática infantil. La dotación de los
premios era 50.000 pts., 30.000 y 20.000 respectivamente. Ya en esos últimos
años ABC había reducido considerablemente la información sobre
el certamen, por lo que carecemos de noticia sobre participación y galardonados
en esta segunda convocatoria, así como si hubo más en los siguientes años. No
parece que las obras premiadas alcanzaran representación en el marco de la
semana, ni tampoco que fueran publicadas en colección alguna, como acaso fuera
el propósito inicial.
Si mediante la convocatoria nacional de este concurso
la Semana de Teatro Infantil rompía el cerco geográfico, el del recinto escolar
lo había rebasado años antes, cuando se trasladó al Teatro Municipal y en 1984
a la nueva Casa de la Cultura, que fue inaugurada para la ocasión de la sexta
edición del certamen con la representación, fuera de concurso, de la obra La
oruga parlanchina, de Alfonso Jiménez Romero. [Fig. 4]. A partir de ese año la sede del certamen fue ya
siempre la dependencia municipal. De este modo ganaba mayor presencia en el
pueblo, pero también se hacía objeto mayor de deseo por parte de los gestores
políticos. Lo que entrañaba de éxito y reconocimiento encerraba también el
peligro de su desnaturalización, al alejarse del ámbito escolar y avecindarse
al de la gestión política. La falta de relevo generacional en el claustro
docente puede haber sido un factor para esta mudanza, así como el hecho de que
algunos de sus maestros promotores asumieran responsabilidades políticas en el
municipio.
Cuando volvemos a tener datos, ya en el año 2001, el
certamen ha ampliado su convocatoria a centros de enseñanza secundaria, lo que
puede traslucir el traspaso en la gestión de la organización. Al año siguiente
concursaron veinte colegios y diecinueve centros de enseñanza secundaria, pero
un año después no sumaban más que dieciséis los centros presentados, entre
escuelas e institutos y la cifra de participación siguió cayendo en los
siguientes. El certamen ya no recuperó su prestancia inicial, hasta que desapareció
en los oscuros tiempos de la crisis económica que azotó al nuevo siglo, al
tiempo que perdía su carácter competitivo por imposición de directrices
políticas.
1 Hay discrepancia entre esta información de ABC y
la facilitada por el señor Calabuig, según la cual fueron treinta y cinco los
grupos participantes y diecinueve los seleccionados para la fase final.
(Continuará mañana)
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