29 .- AÑORANZA DÉCIMO SEGUNDA
En paseos matutinos,
cerca de la mar el calma,
entre jóvenes palmeras,
matojos y verdes cañas,
sobre un tosco pedestal,
saneado con cal blanca,
divisé yo una gaviota
sobre su trono de escarcha,
altiva, como una reina,
con aires de gran sultana.
Miré la blanca gaviota,
dueña de pobre atalaya
que, fiel a vieja costumbre,
altanera, saludaba,
con graznidos esculpidos
a ritmo y calor de playa,
sobre fina y clara arena,
sobre la espuma salada,
de olas que juegan felices
al filo de la mañana.
Aquella blanca gaviota,
sobre una barca varada,
oteaba el horizonte,
como si algo esperara.
Era una estatua de sal,
con aires de vieja estampa,
era salífero imán
para las vivas miradas.
La última vez que la vi,
fue una espléndida mañana,
de esas que no se olvidan,
que en los adentros se graban,
sueños de aromas eternos,
cantos de la mar salada.
La gaviota marinera,
faltó a la cita esperada.
Un hálito de tristeza
se adueñó de mi pobre alma.
Un nombre quise ponerle,
un nombre, para llamarla.
Y en el luengo santoral,
hecho de grano de paja,
no encontré yo, justo nombre
para la gaviota blanca,
no encontré yo, nombre justo,
y… yo, le puse: “Mañana”.
cerca de la mar el calma,
entre jóvenes palmeras,
matojos y verdes cañas,
sobre un tosco pedestal,
saneado con cal blanca,
divisé yo una gaviota
sobre su trono de escarcha,
altiva, como una reina,
con aires de gran sultana.
Miré la blanca gaviota,
dueña de pobre atalaya
que, fiel a vieja costumbre,
altanera, saludaba,
con graznidos esculpidos
a ritmo y calor de playa,
sobre fina y clara arena,
sobre la espuma salada,
de olas que juegan felices
al filo de la mañana.
Aquella blanca gaviota,
sobre una barca varada,
oteaba el horizonte,
como si algo esperara.
Era una estatua de sal,
con aires de vieja estampa,
era salífero imán
para las vivas miradas.
La última vez que la vi,
fue una espléndida mañana,
de esas que no se olvidan,
que en los adentros se graban,
sueños de aromas eternos,
cantos de la mar salada.
La gaviota marinera,
faltó a la cita esperada.
Un hálito de tristeza
se adueñó de mi pobre alma.
Un nombre quise ponerle,
un nombre, para llamarla.
Y en el luengo santoral,
hecho de grano de paja,
no encontré yo, justo nombre
para la gaviota blanca,
no encontré yo, nombre justo,
y… yo, le puse: “Mañana”.
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