Sábado, 15 de septiembre de 2018.
A 250 días de las BODAS DE ORO
LAS COMIDAS NO PROGRAMADAS TERMINAN, CASI SIEMPRE, SIENDO GRANDES COMIDAS.
Ángel y Esther nos invitan a su casa, a comer. A la par, invitan también a Clemente y los suyos, Martina y Clemen (Estela se encuentra en Milán en una Feria de Muestra, sustituyendo a su hermana, creadora de una serie de trabajos de bisutería artesana) Una comensal menos, sustituida por una amiga de Martina, Aitana, y el primo Miguel. Cómputo final, un comensal más de los previstos. Como en otras muchas ocasiones, somos invitados, pero hemos de llevar la comida. ¡Así resulta bastante fácil invitar! ¿Verdad? Y como en otras ocasiones, lo hacemos con gusto y nos disponemos, como de costumbre, a pasar un buen día con una parte de la familia y con el permanente recuerdo de todos los ausentes.
Se está convirtiendo en recurso culinario, recurrir al “arroz del abuelo” (Algo parecido ocurre con los pinchos morunos de fabricación “clementina”) Como éste lo comemos siempre con retraso en el tiempo, casi siempre nos sabe mejor, por el apetito contenido y porque después tantos ensayos, se le va cogiendo el punto. Los mayores celebramos lo bueno que estaba, y los pequeños, sin decir nada, se comieron todo el plato servido. ¡Éxito total!
El título de este escrito, sirve de grato y verdadero colofón al mismo. Lástima encontremos siempre piedrecitas en los caminos que nos birlan más de una y de dos de estas comidas familiares no programadas.
Y si el número de comensales crece, mejor que mejor.
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