martes, 29 de noviembre de 2022

UN AÑO ANTES DE LAS BODAS DE ORO

Miércoles, 22 de agosto de 2018.

A 274 días de las BODAS DE ORO

                            ¡TAN PEQUEÑO Y CUÁNTO TE ECHAMOS DE MENOS!

                        Los Ángeles son espíritus puros; por lo tanto, cuando hablamos de ellos, sobran calificativos de tamaño, de color de piel y de otras menudencias físicas.

                        A lo largo y ancho de mi particular biografía, siempre gocé de la cercanía de muchos ángeles. No de ángeles celestiales, aunque algunos de ellos estuvieron muy cercanos a ellos, sino de los terrenales, de los que comen, hablan, padecen, discuten, etc., de los que no aspiran a eternidades, de los que se conforman con ser humanas criaturas, de los que viven a ras de suelo.

                        Coincidencia o no, todos ellos, llevaron a cuesta, aparentemente sin esfuerzos, los títulos de “buenas gentes”, de hombres sencillos, de seres queridos y, sobre todo, de honestos trabajadores.

                        Vale como introducción lo anteriormente escrito, como tarea del día en este inventado peregrinaje o apreciado anuario. Ahora quisiera dedicarle la continuación al último de la saga de los Calabuig, llamado Ángel. Un trocito de Ángel y Esther; una gota, como diría Gómez de la Serna en forma de greguería, de Esther y Ángel; un regalo para todos nosotros, un nuevo “juguete” familiar, receptor inconsciente de besos, abrazos, caricias y achuchones de todas clases e intensidades.

                        Incluyo al pequeño Ángel en el grupo de niños vistosos. Pasión de abuelo “chocho”. Habrá niños más bonitos, más guapos que el nuestro, pero nadie le puede arrebatar el merecido título de “risueñor de los alcores”. Ríe con todo y con todos y llora con sobrada energía cuando algo le molesta. Le gustan las antiquísimas canciones del abuelo Clemente, como el “lico, lico, tras”, “el racataplán”, el “kikiriqui y el kikiricuando” y otras, conocidas cancioncillas, aprendidas, en sus tiempos, por toda la prole de nietos.

                        Sus padres, Ángel y Esther, padrazos primerizos, están locos con el pequeño. Sus más de 7 kilos de peso empiezan a pesarles factura a ambos, muñecas dolidas, incipientes dolores de espaldas, creciente cansancio, pequeñas molestias, etc., etc. Sus padres, Esther y Ángel, duermen al compás de su Ángel y sus periodos en el dormir, son coincidentes. Duerme el pequeño, duermen sus padres, despierta el pequeño, despierta uno de ellos como menos.

                        Los abuelos andamos en el mismo trecho. Babeamos por él. Nos reímos con su risa y nos venimos abajo cuando sus llantos se prolongan más de lo normal. Volvemos a cantar cancioncillas guardadas en vetustos armarios, para entretenerlo y, sin proponérnoslo contagiamos a los mayores de ellas. Dormimos pendientes de su dormir y lo echamos sobremanera de menos cuando no lo tenemos en casa. Sus risas, grititos y balbuceos nos emboban. Pensamos, sin saber de su exactitud, que los recién nacidos actuales nacen sabiendo, dejan de ser bebés antes de tiempo, están más espabilados y despiertos y crecen con una rapidez impensada.

                        A Ángel, el más pequeño de los “Ángel Calabuig, de momento. Tienes la lejanísima obligación de mantener viva la tradición de tu nombre y tu apellido para alguno de tus descendientes, sin pesar y con agrado, con orgullo de padre así llamado.

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