miércoles, 6 de abril de 2022

NUESTROS RETRATOS

                             La persona de la que hoy asomamos uno de nuestros retratos fue algo muy importante para nuestras vidas, al que siempre consideramos como un verdadero hermano más y del que guardamos unos recuerdos muy entrañables, que jamás se nos olvidarán. José Pérez Galiana fue el marido de nuestra santa hermana, a la que damos este calificativo porque para nosotros así lo fuera a lo largo de toda su corta vida, a la que siempre llamamos Kuqui, nominación que ahora lleva su nieta. Pepe pertenecía a una familia dedicada al mar. Su padre, armador de barco de pesca y que a lo largo de los años tuvo varios, los que fueron pilotados, como patrón, por su hijo mayor, Bartolo. Otro de sus hijos, el menor de los varones, fue marino de la Armada, llegando a ser Almirante; recordando de él, como anécdota, su participación en la película "Botón de Ancla", protagonizada por el Dúo Dinámico, en donde aparecía como uno de sus oficiales en la Escuela Naval de Marín. Su madre fue Melchora, una conversadora innata, que nos apreciaba un montón y que fuera la que nos calificó siempre con el diminutivo de "los mellicitos". Completaban la familia tres damas, Paquí, Blasi y Angelines, siendo esta última de la edad nuestra y con la que compartimos la Primera Comunión y muchas vivencias en nuestra niñez y juventud, al igual que una sana amistad y familiaridad en toda nuestra vida. En tanto que sus dos hermanas mayores eran íntimas de nuestra hermana María o Kuqui.
                            Pepe también fue hombre de mar, pero en tierra. Teniendo como profesión la de Subastador en la Lonja del Puerto, en tiempo en que la ciudad contaba con una importante flota pesquera, compartiendo además la propiedad del último de los barcos de la familia, creyendo que fue bautizado con el nombre de Rusadir y a cuyo bautismo asistimos, cuando todavía vivíamos en Melilla, y con el tiempo se convirtió en exportador de marisco, procedente de la desembocadura del río Muluya, a la península, y principalmente a Madrid.


                            Muchos son los recuerdos que se amontonan en nuestras mentes al acordarnos de él, de los que nos vamos a referir de pasada a algunos de ellos. De pequeño, por ejemplo, era temible a la hora de jugar con los demás; pues por un fallo en una de sus piernas, tuvieron que ponerle para protegerla durante un tiempo un artefacto de hierro, que él usaba, no como tal, sino como elemento de ataque. De una pasmosa facilidad para el cálculo mental, nos contaban que en una clase de matemáticas en el Colegio de la Salle, de Melilla, después de que el profesor copiara en la pizarra el enunciado de problema algo complicado en cuanto a sus operaciones, se fue la luz, sin que diera tiempo a copiarlo en los cuadernos, y al volver esta pasado un corto tiempo, sorprendiendo al profesor al darle un respuesta, que además era correcta. Otro fue el momento en que si haber cumplido la mayoría de edad necesaria para ir a la guerra, falsificando su fecha de nacimiento y descubriéndose que no tenía edad para alistarse a ella, no siendo autorizado para su alistamiento en la División Azul, tuvo la santa paciencia que le llegara su cumpleaños, para alistarse sin el consentimiento de los suyos, Contándonos de buena mano, porque las vivió, cuando pasaron los años, las atrocidades cometidas por las dos partes de los contendientes. Pero lo que fue, entre otras muchas cuestiones, de mayor parte causa de nuestra admiración por él, fueron tres: Cuando pasó el tiempo, ya fallecida nuestra hermana, y uno de sus amigos le preguntó aquello de: "Ya que tienes tus hijos bien cuidados, que tienes un buen trabajo y eres joven, cómo  no has pensado en otra mujer".Su respuesta fue rápida, clara y rotunda. "Porque las cosas muy bien hechas, sólo se hacen una vez en la vida". La segunda es que cuando sus hijos José Ángel y Marimel se quedaron a vivir con nosotros, nunca faltó en nuestra casa una red que contenía pescado o marisco, llevada por uno de los marineros del barco o conocido de confianza, que tras golpear la persiana de nuestros ventanales la deposita en el poyete de las mismas. Y la tercera, la de que nunca faltó, a no existir causa mayor, de cuando regresaba a su hogar del rato que pasaba en el Casino Español, de echar un rato con sus viejos amigos de siempre, de leer la prensa o recoger algún libro de la biblioteca, porque era un empedernido lector, cosa que le dio una amplia cultura, a hacerle una visita a nuestra madre, a la que hizo desde siempre la suya segunda, para compartir un rato con ella, para acompañarla en su soledad, con Pepìta, la modista. 

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