32.- LA MUERTE CANINA
La muerte canina,
enclenque, flacucha,
con blanca sotana
y negra capucha,
se vino a vivir
a una casucha,
que se la alquiló
el moro Carrucha,
el de zaragüelles
y rojas babuchas.
La muerte canina,
de huesos pelados,
se mira al espejo
que le han regalado,
su prima, la vida
y un loco soldado,
para ver su cuerpo
por todos los lados
y así, darse cuenta
que ha adelgazado.
La muerte canina
no quiere banderas,
de huesos cruzados
con su calavera,
ni en barco pirata,
ni en mástil, ni en tierra,
que ya está cansada,
molesta de verlas
en brisas de paz
y en vientos de guerra.
La muerte canina
se acerca a Sevilla,
por su río grande,
en una barquilla,
con aire de reina
y cara de pilla,
por ver lo que pesca,
cerca de la orilla,
con cañas de engaño.
¡Cuidado, chiquillas!
La muerte canina
ya, a nadie impresiona,
ni al faraoncito,
ni a la faraona,
ni al carnicerito,
ni al de la tahona,
ya nadie se asusta
de sus carantoñas
y, hasta los chiquillos,
a broma, la toman.
La muerte canina
de pena se muere,
cambiar su familia,
es lo que quiere,
y olvidar por siempre
tristes misereres,
y cantar bajito
muchos lereleres,
y ser sólo un sueño
que a nadie moleste.
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