Entrega 7. Escrito 10
¡HOGAR, DULCE HOGAR!
Sabio debió de ser aquel que inventó la frase del título de este elevado
reconocimiento a la vivienda habitual, sin olvidar que, como en la viña del
Señor y en cualquier botica, hay de todo, y no caigamos en el error de creer
que todo el monte es orégano, que también existen moradores que consideran sus
viviendas como metafóricas cárceles y de “dulce hogar” nada de nada y “tururú”
que te vi.
En
mi caso y, metido de lleno en faenas hogareñas, no tengo más remedio que
reconocer la sobra de apreciados objetos, de acogedores espacios, de retazos de
vida inventados y consumidos entre sus muchas paredes, de imborrables recuerdos
sugeridos por ella y en ella y algunos tomos de novedosos libros de aventuras y
desventuras vividas en su interior más que centenario, como nos recuerda en su
vetusta cancela de entrada.
Unos “peros” merodean con insistencia en nosotros, afortunados moradores
del singular hogar. ¿Qué será de ti cuando faltemos nosotros? ¿Será capaz
nuestra descendencia de mantener en ti lo de ¡Hogar, dulce hogar!? ¿Terminarás,
como todos nosotros, convirtiéndote el polvo y olvido o en ave fénix renacida
para otros dueños? Mejor es no pensarlo, mejor todavía es, dejar que vuelen los
tiempos a su antojo, que el destino siga inventándose novedosos caminos,
haceres y espacios vitales.
Suena bien los de ¡Hogar, dulce hogar! Por su simpleza capicúa, por su
dualidad de morada y pastel, por su brevedad y hondura, por existir como canto
de felicidad y por hacer del espacio donde vivimos un lugar óptimo para vivir.
Termino enredado en las redes de este juego de escribir a la fuerza
bendita, al propósito de no dejar pasar ni un solo día sin escritura, alejado
de la vanidad, del engreimiento, de la presunción, de la falsa modestia y como,
compañeros y amigos, el ordenador, el pequeño diccionario y el gozo de
“borronear” y “garrapatear”.
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