lunes, 16 de noviembre de 2020

En tiempo de PANDEMIA

 Entrega 7. Escrito 10

¡HOGAR, DULCE HOGAR!

     Como la casa de uno, no hay nada igual. Aunque al regreso de unas largas vacaciones veraniega, por la elevada edad, la gastada memoria y los involuntarios olvidos, no recordemos la localización de algunos menajes y objetos de uso cotidiano. “Gajes del oficio”.

     Sabio debió de ser aquel que inventó la frase del título de este elevado reconocimiento a la vivienda habitual, sin olvidar que, como en la viña del Señor y en cualquier botica, hay de todo, y no caigamos en el error de creer que todo el monte es orégano, que también existen moradores que consideran sus viviendas como metafóricas cárceles y de “dulce hogar” nada de nada y “tururú” que te vi.

     En mi caso y, metido de lleno en faenas hogareñas, no tengo más remedio que reconocer la sobra de apreciados objetos, de acogedores espacios, de retazos de vida inventados y consumidos entre sus muchas paredes, de imborrables recuerdos sugeridos por ella y en ella y algunos tomos de novedosos libros de aventuras y desventuras vividas en su interior más que centenario, como nos recuerda en su vetusta cancela de entrada.

      Unos “peros” merodean con insistencia en nosotros, afortunados moradores del singular hogar. ¿Qué será de ti cuando faltemos nosotros? ¿Será capaz nuestra descendencia de mantener en ti lo de ¡Hogar, dulce hogar!? ¿Terminarás, como todos nosotros, convirtiéndote el polvo y olvido o en ave fénix renacida para otros dueños? Mejor es no pensarlo, mejor todavía es, dejar que vuelen los tiempos a su antojo, que el destino siga inventándose novedosos caminos, haceres y espacios vitales.

     Suena bien los de ¡Hogar, dulce hogar! Por su simpleza capicúa, por su dualidad de morada y pastel, por su brevedad y hondura, por existir como canto de felicidad y por hacer del espacio donde vivimos un lugar óptimo para vivir.

     Termino enredado en las redes de este juego de escribir a la fuerza bendita, al propósito de no dejar pasar ni un solo día sin escritura, alejado de la vanidad, del engreimiento, de la presunción, de la falsa modestia y como, compañeros y amigos, el ordenador, el pequeño diccionario y el gozo de “borronear” y “garrapatear”.


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