Entrega 7. Escrito 13
A MI ORDENADOR
Qué menos que regalarte,
mi querido ordenador,
un descanso merecido,
como prueba de mi amor,
por ser predilecto amigo,
por tenerme compasión,
por comprender mis errores,
mis cuitas de perdedor,
por no entenderte yo, a veces,
por concederme el perdón,
al no encontrar la salida,
ni válida solución,
a tus saberes ocultos,
a tu ayuda, gran señor.
Eres para mí, arquetipo,
de lo bueno, lo mejor,
mantienes viva la llama,
de este modesto escritor,
que busca por tus adentros,
lecciones de narrador,
para así contarle al hombre,
breves historias de amor,
nacidas en buenas horas,
allá donde moro yo.
Eres
mi luz y mi guía,
mi querido ordenador,
que sería de este escribano,
sin escuchar yo tu voz,
sin sentir en tu teclado,
las notas de una canción,
sobrada de nuevos sueños,
sonata de luna y sol
que, al despuntar la mañana,
despiertan mi devoción,
hacia tu viva presencia,
¡mil gracias, ordenador!
Mi
querido ordenador:
De
todas las herramientas inventadas en estos modernos tiempos por el hombre,
puedes considérate, sin falsa modestia, una de las mejores y más útiles para
los humanos y para las empresas donde hacen sus trabajos. Con tu manifiesto poderío
y rápido crecimiento superaste a todas las viejas herramientas empleadas, con
anterioridad a tu aparición. Pronto, mucho antes de lo esperado, alcanzaste el
zénit, la suma verticalidad de lo popular, el supremo estrellato. Con un
teclado, preparado y dispuesto a enviar millonarias órdenes; con una paciente
pantalla de variadas formas y tamaños; con una increíble “caja” donde almacenar
y atesorar el pasado, el presente y parte del futuro del planeta Tierra,
supiste “engatusar” a “tirios y troyanos”, al “mundo mundial” y a todos los que
se pusieron por delante o por detrás del maravilloso invento.
Hoy sería imposible vivir sin ti. Tu inexistencia propiciaría una
hecatombe difícil de superar. Te has convertido, sin preverlo, en un
imprescindible “artefacto”, en un “instrumento” casero o empresarial con el que
tendremos que vivir por los siglos de los siglos, por supuesto, con mejoras hoy
desconocidas, pero ya en camino.
Te
he conocido tarde, Hoy, abducido y seducido por ti, te disfruto, aunque, en
ocasiones, padezco el mal de la ineptitud personal, de mi tardía llegada a tu
utilización y, a ratos, el síndrome pasajero del “impotente” o cuasi
“analfabeto”.
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