Entrega 7. Escrito 6
LA LENGUA INGLESA Y UN CUENTO
Nunca, a pesar de los muchos años vividos, tuve la tentación de conocer
y practicar la lengua inglesa. Hoy, por circunstancias familiares, me pesa esta
actitud negativa. Como, metafórico “castigo”, mi hijo Ángel el menor de los
tres hermanos, y su mujer, Esther, son profesores de inglés, contando con su
propia academia y empeñados en aumentar el número de parlantes y escribientes del
internacional idioma. En Londres, donde
pasaron más de diez años, obtuvieron los títulos necesarios para ejercer esta
profesión de enseñantes. Además, la lengua inglesa, para más inri y bochorno,
merodea incesante entre los miembros de mi familia. Estela, mujer de mi hijo
mayor, es licenciada en filología inglesa; Clemen, su marido y Diego, su
hermano, se defienden en el uso de idioma británico, Todos mis nietos obtienen
muy buenas notas en el citado idioma y algo muy especial tienen los hijos de
Ángel, Ángel y Amelíe, con dos y un año respectivamente que, con toda
naturalidad, se comunican con sus padres en inglés. Con seguridad serán
“bilingües”, sin esfuerzo. Esto último hace que los abuelos “babeen” cuando los
oyen hablar con sus padres. Nosotros y los demás componentes de la familia nos
encargaremos de que dominen, con la misma naturalidad y facilidad, el español o
castellano.
Por proximidad, por cercanía, por descendencia, soy francófono. La mitad
de mi familia por parte de padre eran de origen francés. Como estúpido cazurro
desaproveché la oportunidad de “parler” y “éscrire” en “franchute”. Durante bastante
tiempo estudié alemán sin mucho resultado. Dificultad extrema en la
pronunciación de 4 ó 5 consonantes seguidas y en sus declinaciones. En resumen,
no soy muy dado para el aprendizaje de idiomas, por lo que me conformé con
mejorar el nuestro, el español, donde me siento como pez en mi agua, siempre
con salvavidas.
Vuelvo a la lengua inglesa para considerar que en su expansión territorial
por el planeta Tierra, tomó con permiso o sin él, todo lo que encontró en su
paso: obras de arte, “trozos” de destacadas construcciones históricas, riquezas
de todo tipo y palabras y más palabras de otros importantes idiomas.
Y
termino con un cuentecito recién inventado, horneado hace tan solo un rato.
Érase una familia normal, compuesta por
miembros normales que se relacionaban con gente normal, que vivían en un país
normalito, rodeado de cosas normales y ambiente de absoluta normalidad y que,
por tanta normalidad, podía ser llamada LA FAMILIA NORMAL. Como ella había
muchas familias normales y también, como en la viña del Señor, algunas que no
lo eran tanto. ¿Qué le vamos a hacer?
La
normalidad andaba a sus anchas en aquel paraje normal rodeado de normalidad;
hasta que un día triste y aciago, una “chinada” con nombre y apellidos, acabó
con esta sencilla y cotidiana normalidad. La susodicha “chinada” fue y es
conocida como el “coronavirus” o la Covid-19, la gran pandemia del siglo XXI.
La reinante normalidad estalló hecha añicos por todo el planeta Tierra y por
los espacios siderales que la rodeaban. Los científicos, los médicos, incluido
mi cuñado Teo, los gobernantes y los fabricantes de papel higiénico y de
levadura fueron los primeros que notaron la ausencia de la normalidad. Rodeados
de anormalidades se dedicaron a dar palos de ciego a diestro y siniestro
embarcándonos a todos en un galimatías difícil de comprender y asimilar.
¡Pobre normalidad desterrada, sin comerlo ni beberlo, a la inexistencia!
¡Menesterosa normalidad hoy casi olvidada!
Los Científicos, empobrecidos humanos, desorientados y mohínos buscaban,
sin mucho éxito, medicinas y vacunas que nos volvieran a lo normal, mientras
los gobernantes, en su papel de osados “salvadores” se dedicaban a inventar
vocablos y expresiones, panacea barata de su descomunal ineptitud, como aquello
de “la nueva normalidad”, de “la desescalada”, del “confinamiento”, del
“confitamiento”, del “estado de alarma”, etc., etc.
Mucho nos temíamos que lo normal estaba en camino de una total desaparición
y sus sustituto o sucedáneos serían lo mediocre, lo estereotipado, lo extremo,
lo vulgar, lo ramplón, lo fuera de lo normal y para que seguir con esta
retahíla de despropósitos.
A
la FAMILIA NORMAL, que ya había perdido su normalidad, le sentó como un tiro en
los pies de sus miembros, la profunda mutación, sin encontrar remedio curativo
a su mal. En ella, aumentaron las discusiones, los desplantes, las
incomprensiones y sobre todo los miedos, rayando, en algunos, en pernicioso
pánico. En la FAMILIA NORMAL se acentuaron la falta de normalidad, las
inseguridades en la alimentación y en los puestos de trabajo. Las colas del
hambre crecieron hasta límites impensables. Las irresponsabilidades se
plantaron con raíces profundas en los jóvenes. La vida normal y corriente se
devaluó, se colocó al filo de un hondo precipicio de peligrosa caída libre a un
insondable vacío.
Todo, poco a poco sin descanso, se hizo CAOS. Todo se convirtió, con su
profunda anormalidad, en una nada corrosiva y despreciable. Y en este CAOS
ocurrió el MILAGRO del retorno a la normalidad.
El
MILAGRO no fue una o más de unas vacunas, ni fueron medicinas antiguas o recién
descubiertas, ni el acierto de los científicos, ni el hacer de los políticos,
ni los rezos, ni las rogatorias. El MILAGRO fue y es algo mucho más sencillo.
El
MILAGRO es …
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