sábado, 14 de noviembre de 2020

En tiempo de PANDEMIA

 Entrega 7. Escrito 6

LA LENGUA INGLESA Y UN CUENTO

      Siempre, por los siglos de los siglos, a la mayoría de los británicos les costará reconocer el origen “germánico” de la lengua inglesa. Lengua considerada hoy como vehículo comercial, extendida por todos los lugares de la Tierra, usada y aprendida como la que más.

     Nunca, a pesar de los muchos años vividos, tuve la tentación de conocer y practicar la lengua inglesa. Hoy, por circunstancias familiares, me pesa esta actitud negativa. Como, metafórico “castigo”, mi hijo Ángel el menor de los tres hermanos, y su mujer, Esther, son profesores de inglés, contando con su propia academia y empeñados en aumentar el número de parlantes y escribientes del internacional idioma.  En Londres, donde pasaron más de diez años, obtuvieron los títulos necesarios para ejercer esta profesión de enseñantes. Además, la lengua inglesa, para más inri y bochorno, merodea incesante entre los miembros de mi familia. Estela, mujer de mi hijo mayor, es licenciada en filología inglesa; Clemen, su marido y Diego, su hermano, se defienden en el uso de idioma británico, Todos mis nietos obtienen muy buenas notas en el citado idioma y algo muy especial tienen los hijos de Ángel, Ángel y Amelíe, con dos y un año respectivamente que, con toda naturalidad, se comunican con sus padres en inglés. Con seguridad serán “bilingües”, sin esfuerzo. Esto último hace que los abuelos “babeen” cuando los oyen hablar con sus padres. Nosotros y los demás componentes de la familia nos encargaremos de que dominen, con la misma naturalidad y facilidad, el español o castellano.

     Por proximidad, por cercanía, por descendencia, soy francófono. La mitad de mi familia por parte de padre eran de origen francés. Como estúpido cazurro desaproveché la oportunidad de “parler” y “éscrire” en “franchute”. Durante bastante tiempo estudié alemán sin mucho resultado. Dificultad extrema en la pronunciación de 4 ó 5 consonantes seguidas y en sus declinaciones. En resumen, no soy muy dado para el aprendizaje de idiomas, por lo que me conformé con mejorar el nuestro, el español, donde me siento como pez en mi agua, siempre con salvavidas.

      Vuelvo a la lengua inglesa para considerar que en su expansión territorial por el planeta Tierra, tomó con permiso o sin él, todo lo que encontró en su paso: obras de arte, “trozos” de destacadas construcciones históricas, riquezas de todo tipo y palabras y más palabras de otros importantes idiomas.

     Y termino con un cuentecito recién inventado, horneado hace tan solo un rato.

     Érase una familia normal, compuesta por miembros normales que se relacionaban con gente normal, que vivían en un país normalito, rodeado de cosas normales y ambiente de absoluta normalidad y que, por tanta normalidad, podía ser llamada LA FAMILIA NORMAL. Como ella había muchas familias normales y también, como en la viña del Señor, algunas que no lo eran tanto. ¿Qué le vamos a hacer?

    La normalidad andaba a sus anchas en aquel paraje normal rodeado de normalidad; hasta que un día triste y aciago, una “chinada” con nombre y apellidos, acabó con esta sencilla y cotidiana normalidad. La susodicha “chinada” fue y es conocida como el “coronavirus” o la Covid-19, la gran pandemia del siglo XXI. La reinante normalidad estalló hecha añicos por todo el planeta Tierra y por los espacios siderales que la rodeaban. Los científicos, los médicos, incluido mi cuñado Teo, los gobernantes y los fabricantes de papel higiénico y de levadura fueron los primeros que notaron la ausencia de la normalidad. Rodeados de anormalidades se dedicaron a dar palos de ciego a diestro y siniestro embarcándonos a todos en un galimatías difícil de comprender y asimilar.

     ¡Pobre normalidad desterrada, sin comerlo ni beberlo, a la inexistencia! ¡Menesterosa normalidad hoy casi olvidada!

     Los Científicos, empobrecidos humanos, desorientados y mohínos buscaban, sin mucho éxito, medicinas y vacunas que nos volvieran a lo normal, mientras los gobernantes, en su papel de osados “salvadores” se dedicaban a inventar vocablos y expresiones, panacea barata de su descomunal ineptitud, como aquello de “la nueva normalidad”, de “la desescalada”, del “confinamiento”, del “confitamiento”, del “estado de alarma”, etc., etc.

     Mucho nos temíamos que lo normal estaba en camino de una total desaparición y sus sustituto o sucedáneos serían lo mediocre, lo estereotipado, lo extremo, lo vulgar, lo ramplón, lo fuera de lo normal y para que seguir con esta retahíla de despropósitos.

    A la FAMILIA NORMAL, que ya había perdido su normalidad, le sentó como un tiro en los pies de sus miembros, la profunda mutación, sin encontrar remedio curativo a su mal. En ella, aumentaron las discusiones, los desplantes, las incomprensiones y sobre todo los miedos, rayando, en algunos, en pernicioso pánico. En la FAMILIA NORMAL se acentuaron la falta de normalidad, las inseguridades en la alimentación y en los puestos de trabajo. Las colas del hambre crecieron hasta límites impensables. Las irresponsabilidades se plantaron con raíces profundas en los jóvenes. La vida normal y corriente se devaluó, se colocó al filo de un hondo precipicio de peligrosa caída libre a un insondable vacío.

     Todo, poco a poco sin descanso, se hizo CAOS. Todo se convirtió, con su profunda anormalidad, en una nada corrosiva y despreciable. Y en este CAOS ocurrió el MILAGRO del retorno a la normalidad.

     El MILAGRO no fue una o más de unas vacunas, ni fueron medicinas antiguas o recién descubiertas, ni el acierto de los científicos, ni el hacer de los políticos, ni los rezos, ni las rogatorias. El MILAGRO fue y es algo mucho más sencillo.

     El MILAGRO es …

 

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