Entrega 3. Escrito 9
UN PASEO PARA ENMARCAR
Solo pasear, en sí, es gratificante, positivo, necesario y hasta,
obligado. Y si ello se realiza en un espacio bello y salubre, el pasear se
convierte en auténtico arte, en extraordinario regalo y en aprobada medicina
para el cuerpo y sus sentidos.
Ante el lúdico juego de pasear sin prisas, sin meta por alcanzar, me
rindo, me entrego al gozo y a la consideración de ser afortunado. Ello me
obliga, con clara subjetividad, a colocar un paseo, el mío ayer en Costa
Ballena, en el elevado pedestal de los haceres destacados y sublimes.
Para que algo alcance el grado de destacado y sublime, debemos usar
buenas dosis de necesidad, algo de añoranza y bastante afectiva y efectiva
imaginación. Tenemos que estar sobrados de y, a la vez, faltos de ganas de
practicar ricas y provechosas andaduras voluntarias y nunca impuestas y, al
tiempo, tener la fortuna de practicarla en un idóneo, apropiado y bellísimo
espacio, en este caso, marino, con todos sus encantos.
El magnífico día, ajeno a nuestro poder y
querer, sumó, en estrecha colaboración, una bienhechora brisa de mar y la
frescura de la arena húmeda de la orilla de la playa donde ineludible era dejar
sobre ella, las efímeras huellas de mis descalzos pies.
Obligado era el meditar sobre lo divino y lo
humano, sobre lo trascendente y sobre lo nimio, sobre la posesión de un
grandioso arenal y de una bella mar que, inconsciente y machacona, se rompía en
la orilla, retozando incansable en la bajamar y en la pleamar.
Pocos bañistas, muchos andarines, cada uno a su paso, sin llegar ese
mucho, a ser agobiante o peligroso para caer en las redes del contagio del
bichito chino.
Al
correr de la mañana, el sol creciente nos enviaba sus rayos con desaforado
atrevimiento, calentando con descaro todo lo existente por debajo de su piel.
El paseo se prolongó más que los días anteriores sin apenas darme cuenta, en mi
tarea de singular andante, amigo de la socarrona y burlona meditación
trascendente.
Termino este “qué sé yo”, agarrándome a su título y tratando de
encontrar marco digno y apropiado para éste.
Al
final del recorrido, del magnífico paseo, encontré el apropiado marco, en mi
querido, paciente y conformista ordenador, acompañante dilecto y amado en mi
aventura diaria de escribir.
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