domingo, 4 de octubre de 2020

En tiempo de PANDEMIA

Entrega 3. Escrito 9

UN PASEO PARA ENMARCAR 

     Solo pasear, en sí, es gratificante, positivo, necesario y hasta, obligado. Y si ello se realiza en un espacio bello y salubre, el pasear se convierte en auténtico arte, en extraordinario regalo y en aprobada medicina para el cuerpo y sus sentidos.

     Ante el lúdico juego de pasear sin prisas, sin meta por alcanzar, me rindo, me entrego al gozo y a la consideración de ser afortunado. Ello me obliga, con clara subjetividad, a colocar un paseo, el mío ayer en Costa Ballena, en el elevado pedestal de los haceres destacados y sublimes.

     Para que algo alcance el grado de destacado y sublime, debemos usar buenas dosis de necesidad, algo de añoranza y bastante afectiva y efectiva imaginación. Tenemos que estar sobrados de y, a la vez, faltos de ganas de practicar ricas y provechosas andaduras voluntarias y nunca impuestas y, al tiempo, tener la fortuna de practicarla en un idóneo, apropiado y bellísimo espacio, en este caso, marino, con todos sus encantos.

     El magnífico día, ajeno a nuestro poder y querer, sumó, en estrecha colaboración, una bienhechora brisa de mar y la frescura de la arena húmeda de la orilla de la playa donde ineludible era dejar sobre ella, las efímeras huellas de mis descalzos pies.

     Obligado era el meditar sobre lo divino y lo humano, sobre lo trascendente y sobre lo nimio, sobre la posesión de un grandioso arenal y de una bella mar que, inconsciente y machacona, se rompía en la orilla, retozando incansable en la bajamar y en la pleamar.

     Pocos bañistas, muchos andarines, cada uno a su paso, sin llegar ese mucho, a ser agobiante o peligroso para caer en las redes del contagio del bichito chino.

     Al correr de la mañana, el sol creciente nos enviaba sus rayos con desaforado atrevimiento, calentando con descaro todo lo existente por debajo de su piel. El paseo se prolongó más que los días anteriores sin apenas darme cuenta, en mi tarea de singular andante, amigo de la socarrona y burlona meditación trascendente.

     Termino este “qué sé yo”, agarrándome a su título y tratando de encontrar marco digno y apropiado para éste.

     Al final del recorrido, del magnífico paseo, encontré el apropiado marco, en mi querido, paciente y conformista ordenador, acompañante dilecto y amado en mi aventura diaria de escribir.



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