Miércoles, 8 de mayo de 2019.
A 16 días…
CONFESIÓN, ME PIDO
CONFESIÓN.
Me
cuesta, cada día más, practicar el oficio de “contador de días” o mejor dicho,
de “descontador de días”. Superé ya las tres centenas y media de darle al
manubrio del retroceso y ahora me hallo, cabalgando a paso lento, sobre el
último trecho del final del recorrido.
Tuve que trabajar duro para evitar el
derrumbe, la renuncia y, en más de una ocasión pensé en aliarme con el sr.
Fracaso, pariente íntimo de don Abandono; señores, ambos dos, de las miserias y
el deshonor de los humanos.
A modo y manera de cuento breve, de dicho
dicharachero, de sentencia absolutoria y de intrascendente croniquilla, recorrí
el albero de la mayoría de las causas literarias perdidas. Siempre con la
mirada puesta en el graderío alto donde se refugian los pobres de espíritu y
sin olvidar a los sabios ocupantes de la barrera, monos críticos de los
monólogos nacidos en los cielos y recriados en la arena. Libe en la parda
modestia los aromas de la sencillez y desprendido de halagos y zarandajas
baratas cabalgué, bien crecido, por las rutas de la ignorancia y del no saber
nada de nada, hasta toparme con el muro de los lamentos levantado inmisericorde
por los falsos dioses de los olimpos actuales. A cursi me sonaron las notas de
las fanfarrias acusadoras cuando me señalaron con los dedos de sacar mocos de
las viejas narices de todos los tiempos, del ayer, del hoy y del sempiterno
futuro mañana. ¡Qué alegría cuando me dijeron que un hombre, una perdida
criatura, había leído uno de estos exabruptos literarios, bufidos delirantes de
los intemporales aprendices!
Y rodaron ruedas de desaparecidos molinos
y nos confesamos y comulgamos con cualquier tipo de ruedas y, al tiempo, me
hice divulgador de la nada, de lo inexistente, de lo safio, de lo vulgar, de lo
elevado a los altares por las falsas audiencias y me atreví y me atrevo a
publicar libros, tratados, epítomes, cartillas y más cosas de las palabras, sin
saber ni como me llamo, ni como me llaman.
Incapaz de terminar algo, por
insignificante que, este algo, sea, hurgo en los silencios del mundo y siempre
me encuentro con los recursos más sencillos inventados, ha tiempo, por el
hombre pagano o religioso y que son el y el
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