Sábado, 16 de marzo de 2019.
A
una semana justa de “OCTOGENARIOS SOMOS” por la gracia de DIOS.
A
64 días… ¡Cómo corre el tiempo, con cuánta prisa, caminamos, Maestro!
LAS PALABRAS
Sin
estigmas de hijo pródigo, vuelvo a ésta, mi casa y retomo la tarea de asomarme
a los Alcores, para monologar en voz alta sobre lo cercano y lo alejado, sobre
lo trascendente y lo nimio, sobre las miserias humanas y las grandezas del
hombre, sobre las luces y las sombras que merodean por nuestro pueblo, El Viso.
Todo ello bajo la perspectiva de unos subjetivos cristales de mirar, ver,
entender y reflexionar sobre unos retazos de vida propios y ajenos. Alejado
siempre de verdades absolutas, de absurdos dogmatismos, de magistrales
lecciones y de consejos ejemplarizantes.
Después de breve abandono y olvido de mi
entrañable amigo el Diccionario, vuelvo a Él, por necesidad, ya que nadie, en
este Planeta que habitamos, sabe tanto del tema escogido, LAS PALABRAS.
Hoy, con PALABRAS, escribo de las PALABRAS.
En especial de la PALABRA hablada, e inevitablemente, con muchos de vosotros, nos
preguntaremos: ¿Dónde, física y metafísicamente, viven y van las PALABRAS antes
y después de ser pronunciadas? Consciente e inconscientemente, arrastrado por
mi condición de Maestro de Escuela jubilado y, a la par, jubiloso, enumeraré,
en primer lugar, los diversos significados y las muchas expresiones existentes
del vocablo PALABRA.
Los padres de la PALABRA fueron el latino
PARABOLAM y el griego PARABOLË, con el común significado de alegoría. Y
alegoría es una ficción en virtud de la cual una cosa representa a otra.
¿Qué son, por tanto, las PALABRAS? Las
PALABRAS son sonidos o conjuntos de sonidos que representan un ser o una idea
y, también son las PALABRAS, letras o conjuntos de letras que representan esos
sonidos. La PALABRA, rica en significados, no sólo se queda en representar
seres o ideas, que ya es importante, sino que se enriquecen y nos enriquecen
con expresiones como: “Dar o cumplir la PALABRA.” Promesa basada en el
honor pero privada de obligación jurídica.
“Tener PALABRA.” Fidelidad a la promesa. “PALABRA de rey.”
Garantía y aval de lo prometido. “Beberse, tragarse o comerse las PALABRAS.”
En resumen, callarse. “Coger o tomar
la PALABRA.” Para no permitir vuelta atrás en lo prometido. “Dar
la PALABRA.” Conceder el uso de ella en un debate. “Empeñar la PALABRA.”
Comprometerse. “Dejar a alguien con la PALABRA en la boca.” Marcharse
sin escuchar mientras otro habla. “De PALABRA.” no escrito. “En dos
PALABRAS.” De forma breve. “Escaparse alguna PALABRA.” Síntoma de
descuido, del que muchas veces nos arrepentimos. “Llevar la PALABRA.” Hablar
en nombre de otros. Y otras muchas, como: “Mantener la PALABRA.”, “Medir las
PALABRAS.”, “No decir ni PALABRA.”, “No tener PALABRA.”, “!PALABRA de honor!”,
“Pedir la PALABRA.”, “!Santa PALABRA!”, “Tuvo unas PALABRAS.” Y, entre
otras muchas más, “Tener la última PALABRA.”
Junto a estas
expresiones, por todos conocidas, aparecen diferentes clases de PALABRAS: Simples,
compuestas, primitivas, derivadas, híbridas, populares, cultas, de ley,
cruzadas, mayores, menores, etc. Y para concluir este ejercicio lingüístico,
diré que la PALABRA, en su largo, necesario e importantísimo estar con
nosotros, parió otras muchas PALABRAS. Hijas de ésta que con asiduidad
empleamos. Como: Palabreja, palabra rara,
difícil o graciosa; Palabrería, uso y abuso de palabras vanas y sin
sentido; Palabritas, generalmente ofensivas o de doble intención. Palabrotas,
tacos o insultos groseros. Hasta aquí, mi visita y encuentro con el
Diccionario.
Ahora busco respuestas a las preguntas
enunciadas con anterioridad. ¿Dónde viven las PALABRAS? Y ¿A dónde
van las PALABRAS después de ser pronunciadas? Hay dos lugares preferidos
por las PALABRAS para vivir. Son las Bibliotecas y las mentes humanas. En las
primeras, las PALABRAS grabadas o escritas permanecen encarceladas en los
libros y documentos, a la espera de ser rescatadas y absorbidas por humanos
lectores; y en las segundas, las mentes de los hombres, se desconocen los
recovecos y los recónditos lugares donde se encuentran almacenadas, y mucho más
difícil resulta, saber cómo fluyen, afloran y, a veces, como se resisten a ser
usadas. Además de estos preferentes lugares, las PALABRAS moran en cualquier
lugar de éste, nuestro planeta Tierra. Vestidas de sonoro decir o de silente
grabado.
Y, repregunto de nuevo: ¿A dónde van
las PALABRAS, después de pronunciadas? y la respuesta se vuelve esquiva y
se le suman nuevas preguntas de más difícil respuesta. ¿Estarán revoloteando
invisibles a nuestro alrededor?, ¿Desaparecerán por y para siempre?, ¿Estarán
ocultas junto a nosotros viendo sonrojadas como las mal usamos y como nos
desdecimos “camaleónicamente” de lo que decimos?, ¿Tendrán como nosotros, los
hombres, esperanzas futuras de su buen uso y de la desaparición de tantas torres de “Babel”, claros muros de separación
y de falta de entendimiento entre los humanos? Sumido en crasa ignorancia,
incapaz de resolver tantos enigmas, me refugio en la osadía de terminar este
monólogo con un breve romance titulado:
¿A DÓNDE VAN LA PALABRAS?
¿A dónde van las palabras
que los humanos emplean,
cuando, en hablar se entretienen,
cuando cantan, cuando rezan.
¿En qué lugar se esconden?
¿Dónde se refugian éstas?
Después de ser pronunciadas
y por terso aires vuelan.
¿Qué buscan palabras dichas?
¿Qué les pasa a todas ellas?
que cuando son empleadas
se marchan sin dejar huellas.
Las palabras lleva el viento
cuando al hombre le interesa
y por ello las grabamos
con prisa o delicadeza,
para poder conservarlas,
porque nos gusta tenerlas.
Y los humanos vestidos
de escritores y poetas,
para guardar las palabras
gráciles arca inventan
que, con celo, se custodian
en curiosas bibliotecas,
públicas, particulares,
como los hombres la quieran.
Del catálogo de vientos,
dibujado en bella estrella,
sólo existen dos de aquellos
que aromados de tristezas,
raptan palabras escritas
y a la nada se la entregan.
Son el viento del olvido
y el de la ciega pereza.
Con osado atrevimiento
a los pies de horas serenas,
yo fui grabando palabras
en primerizos poemas
que guardé en romanceros
de longevidad incierta,
sin importarme los vientos
del olvido y la pereza.
Y si el tiempo me permite,
atado a locura eterna,
seguiré en mi caminar
por comprometida senda.
Amante de escritos versos,
de olvidadas rimas viejas,
de las silentes estancias
y de las poesías bellas.
Y cuando haya terminado
querida y firme tarea,
con tintas de anonimato,
de sombras y luces llenas,
gozaré placer efímero,
purgaré dura condena,
por encerrar las palabras
en diez pretenciosas celdas,
cerradas a cal y canto
en modesta biblioteca.
Liberemos las palabras
y
nuestras almas con ellas,
que los tantanes del tiempo
anuncian la oscura nueva:
Que no existe libertad
sí la palabra esta presa.
¿A dónde van las Palabras
que los humanos emplean,
cuando, en hablar se entretienen,
cuando cantan, cuando rezan?
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