Sábado, 10 de noviembre de 2018.
A 194 días...
CAMBIAR DE
CAMA, COSA BUENA.
Cambiar de cama para dormir, no para
otros menesteres, es buena cosa. Habitúa a nuestro cuerpo a descansar bien en
cualquier lecho, duro, blando, viejo, a estrenar, estrecho, ancho, etc. siempre
que este esté en condiciones aptas para descabezar un buen sueño. En estos
últimos días tuve la oportunidad de dormir en tres modelos diferentes de
colchones. Uno, duro y muy ancho de grosor; otro, menos duro y menos ancho que
el anterior y un tercero, intermedio en grosor y dureza. Los tres diferentes al
de casa. Pensé que, en ninguno de los tres primeros dormiría bien. Craso error
ya que, aunque me encuentre entre los quejicas del dormir y el de no aguantar
colchones extraños, dormí como un angelote, sin echar de menos mi querido
colchón.
Con las almohadas ocurre algo similar,
aunque, por su tamaño y simpleza, se producen menos alborotos y excesos
lingüísticos al hablar de ellas. Difícil resulta encontrar una buena almohada
en un hotel. Excepción vivida en un hotel londinense, en cuya habitación, sobre
la cama encontramos cuatro diferentes y muy buenas almohadas, para elegir, y,
además una pequeña nota dirigida a nosotros, alojados en el establecimiento
hotelero, diciéndonos que si no nos gustaban las ofrecidas, disponían de más
modelos en recepción. ¡Así se hacen las cosas! Lástima que eran británicos los
hacedores.
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Postdata: La boda del hermano de Esther
todo un éxito. Nuestro trabajo como cuidadores de pequeñajos, notable. Un
“pero”. Cada cosa a su edad y las nuestras son demasiada avanzada para tales
menesteres.
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