Abrimos hoy otra ventana que mantendremos abierta durante unos días, recurriendo al verso con el ánimo de hacer su contenido más amena, en la espera de que sea del agrado de nuestros más fieles seguidores.
1 .- EL VESTIDO NO HACE AL MONJE
El
vestido no hace al monje,
dice un dicho popular;
así que yendo desnudo
como
mísero animal,
cada cual será él mismo,
sin dobleces ni antifaz.
El monarca sin corona,
ni cetro de mandamás,
ante los ojos del mundo
por vasallo pasará,
siendo iguales para Dios
por su estado de mortal.
El obispo sin birrete,
ni vestidura talar,
seguirá la misma suerte
que el anterior principal,
confundido con acólito,
con el pobre sacristán,
con rabino en sinagoga
y con el muecín de Alá.
El guerrero sin espada,
ni otras prendas de matar,
ya no despertará miedos
entre la gente de paz;
su fiereza se disipa
como en el agua la sal,
al contar con atributos
comunes a los demás,
sean más grandes o pequeños
o de tamaño normal,
el ombligo por delante
y el ano siempre detrás.
El avaro sin quevedos,
ni talegos de guardar,
podrá ocultar en sus carnes
frutos de su codiciar,
ya que con sólo dos manos
prietas por el mismo afán,
nimias serán las riquezas
que consigan abarcar,
con el terrible castigo
de no poderlas emplear,
al evitar que se caigan
las que en sus manos están,
para su único trabajo
el de contar y contar.
Sólo el lujurioso gana
en este berenjenal,
pues la desnudez propicia
la diligencia sexual,
incluso al conformarse
con el acto de mirar,
que los encantos son muchos
de Adán y Eva en general.
dice un dicho popular;
así que yendo desnudo
cada cual será él mismo,
sin dobleces ni antifaz.
El monarca sin corona,
ni cetro de mandamás,
ante los ojos del mundo
por vasallo pasará,
siendo iguales para Dios
por su estado de mortal.
El obispo sin birrete,
ni vestidura talar,
seguirá la misma suerte
que el anterior principal,
confundido con acólito,
con el pobre sacristán,
con rabino en sinagoga
y con el muecín de Alá.
El guerrero sin espada,
ni otras prendas de matar,
ya no despertará miedos
entre la gente de paz;
su fiereza se disipa
como en el agua la sal,
al contar con atributos
comunes a los demás,
sean más grandes o pequeños
o de tamaño normal,
el ombligo por delante
y el ano siempre detrás.
El avaro sin quevedos,
ni talegos de guardar,
podrá ocultar en sus carnes
frutos de su codiciar,
ya que con sólo dos manos
prietas por el mismo afán,
nimias serán las riquezas
que consigan abarcar,
con el terrible castigo
de no poderlas emplear,
al evitar que se caigan
las que en sus manos están,
para su único trabajo
el de contar y contar.
Sólo el lujurioso gana
en este berenjenal,
pues la desnudez propicia
la diligencia sexual,
incluso al conformarse
con el acto de mirar,
que los encantos son muchos
de Adán y Eva en general.
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