MUERTE EN EL CAMINO DE SANTIAGO
Entre tanta muerte cotidiana, las matanzas del Líbano, la de la madre de un funcionario de prisiones, la de rehenes en una cárcel filipina así como de sus asaltantes, las del avión que se estrella sin supervivientes, las de carreteras, etc., etc., que parece que te van insensibilizando, ha golpeado hoy mi ser la de un desconocido peregrino francés, cuyo nombre nunca llegaré a conocer, que no pudo terminar su ruta porque su corazón se rompió al pretender reunirse con el Papa, viajando en bicicleta, en la localidad gallega de Santiago de Compostela.
No sé si mi oración servirá de algo, pero la elevaré al que seguramente era móvil principal de su peregrinar, quizás con la intención de que sea él, en ese definitivo peregrinaje y desconocido, el que interceda por este loco caminar del mundo, donde la destrucción se está convirtiendo en norma, no sólo de vidas humanas, sino de un ámbito donde tenemos que morar en aras de unos intereses que nada tienen que ver con las tesis cristianas o de las creencias de cualquier bien nacido.
Quizás se le haya partido su corazón de gozo adelantado o para demostrarnos que
somos nosotros solos, los que debemos recorrer este camino con todas sus
miserias y riesgos y que no son pocos los que se quedan en él antes de alcanzar
la meta anhelada.
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