Lunes, 3 de septiembre de 2018.
A 262 días de las BODAS DE ORO
EMMA Y SU PRIMER DÍA DE GUARDERÍA
Para los pequeños el primero e importantísimo trauma vital, totalmente olvidado en el transcurrir de su tiempo infantil. Para los profesores, un año más de experiencia en una tarea que nunca será reconocida como se merece.
No me imagino el sentir y el padecer de Emma lejos de sus seres queridos, principalmente de sus padres y familiares. Su indefensión absoluta rodeada de seres extraños, el descubrimiento de la inutilidad de su llanto para conseguir un cachito de lo deseado, el hallazgo del ahora toca, a coro, llorar, reír, jugar, recordar, y más llorar. Y al final de la eterna jornada (breve para los padres) la mayor de las recompensas, el estrecho abrazo con el salvador o la salvadora, el reconocimiento de una cara conocida, libertadora, sin tener conciencia de que al día siguiente se repetirá la misma historia.
El ambiente, la reiteración, el juego y las disputas con los compañeros, el buen trato de los profesores y los gratificantes finales, terminan convirtiendo la pesadilla en algo rutinario y aceptado, aunque algunos se resisten a ello por periodos de tiempo bastante largos. ¡Qué lástima!
En este tema, no sé si hemos mejorado o hemos retrocedido. El llamado progreso laboral, al margen de cuestiones igualadas entre el hombre y la mujer y otras zarandajas de estos tiempos modernos, obliga a trabajar a ambos cónyuges y dónde dejar a los vástagos. Cuando no se habían inventado los abuelos ¿Dónde los dejábamos? ¡Ni se sabe! Pues inventemos las guarderías, cosas modernísimas, y problema solucionado. ¡Tururú que te vi! Y surgen nuevas y viejas preguntas: ¿Es bueno que los pequeños crezcan sin apenas conocer o tratar a sus padres? ¿Es recomendable, desde tan pequeños, implicarlos en rigurosas disciplinas y horarios diarios? ¿Es justo que los padres se machaquen en sus respectivos trabajos para pagar una cuidadora de sus hijos o para llevarlos a una muy buena guardería?
Que cada uno tire su primera piedra, sin esconder la mano, antes de reciclar a tanta gente menuda que, desde muy tierna edad, son recluidos en guarderías, de mayor o menor prestigio, porque así los recomienda el progreso.
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