Miércoles, día 5 de abril
COMO
EN EL CONFESIONARIO
Nunca podría imaginar que la ascendencia de un alcalde elegido democráticamente fuera de tal magnitud, para llegar al extremo de convertirse en casi confesor de algunos ciudadanos.
No es la primera visita que he recibido de este tipo ni será la última.
Se podría pensar que oír y escuchar pacientemente a una anciana cargada de sus muchos años, de pocas alegrías y muchas miserias humanas confundidas con su ya lejano luto, con tantas cosas que hay que hacer de cierta importancia es una lamentable pérdida de tiempo.
Pero afortunadamente no es así. No ha venido a pedirme nada en concreto la buena señora, sino a poder llorar contándome sus penas, de las que no es absolutamente culpable, a enseñarme las cartas que le ha mandado su hija desde la cárcel de Madrid, donde está recluida por haber sido detenida con drogas; ha venido a contarme su deseo de tener a sus nietos con ella en lugar de estar con el sinvergüenza de su marido, que maldita sea la hora en que su hija lo conoció y se enamoró de él, porque fue el que la metió en todo en este cochino mundo de la droga y me habló también de sus hijos, tan buenos para ella como ninguno.
Y se fue sin prisas, con su lento caminar, con
su pena bien dentro y sus ojos llenos de lágrimas, como había llegado, sin
pedirme nada.
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