Aquel ciego veía con sus manos, palpándolo todo, y con su razón; el lazarillo, pícaro como el que más, urdía todo tipo de artimañas que no fueran detectadas por la ausencia de visión de su dueño y señor; pero, desgraciadamente a veces, sus alcances no eran los de este. La picardía no le impedía el seguir siendo niño; mientras que el ciego unía a su necesaria agudeza, la de saber más por ser viejo, que por diablo.
su ávida razón, de la que hablábamos antes, le llevó a descubrir que este le seguía en su ejemplo, el de comer también de dos en dos, o a aumentar estas cifras, vayan ustedes a saber...
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