VISPERAS DE SAN JUAN QUE ME TRANSPORTAN A LA INFANCIA
Todo es igual y todo es distinto. Todo gira en los alrededores del hipnótico y mágico fuego,
que nos atrapa con sus formas, calores, humos y colores, ascendiendo serpenteando hacia las alturas en su permanente búsqueda, convertido en diminutas luminarias, la de sus cielos.
Aquí, bajo un techo grisáceo, de revoltosas y casi permanentes nubes, que amenazan lluvias, pero que en esta ocasión no juegan el protagonismo de hacerse presentes, nos encontramos en estas vísperas "sanjuaneras" con sus fiestas de las pequeñas candelas, en la plata de entrada a la Ría del Burgo por un lado y a la de Santa Cristina, que mira descaradamente a la zona portuaria de A Coruña, como la conocemos en nuestra vejez.
Todo es igual, porque se trata en definitiva de dar culto al FUEGO. La marea esta baja y los espacios, para el humano, se agrandan. Pero, al mismo tiempo, todo es distinto a las vivencias de nuestra niñez. Aquí, son hogueritas, pequeñas piras de tablas que conforman pirámides, que pacientemente esperan ser quemadas; aunque no falten ejemplos, como el que vimos junto al Hotel Rías Bajas, donde una familia descargaba, como ocurría antaño, trastos viejos, seguramente fruto de reformas caseras; pues no faltaban albas puertas, marcos de ventanas, restos de muebles de cocina y toda clase de cachivaches.
Allá, en nuestra Melilla, nada de hogueritas, sino candelas de verdad, que se montaban en todos los barrios; entrando, por aquello del amor propio juvenil, en competencias de que el fuego de las llamas de la nuestra, fuera mayor que el de las demás, tomando como referencia la altura de los pisos de su entorno. Y era al fenecer de estas cuando la gente acudía a la playa para mojarse los pies, que se convertía en creencia de de merecer mejores suertes.
Aquí, la muchedumbre, formada por grupos, monta sus chiringuitos en los paseos, en los espacios verdes del lugar o en la misma arena, siendo de los más variopintos; abundando las reuniones familiares, de vecinos, de amigos y compañeros, de jóvenes que su habitual botellona la celebran en este día en sus playas. Y en donde un factor muy generalizado, respondía al asado de carnes, no exclusivamente de sardinas, de todo tipo en pequeñas y variadas barbacoas; llamando nuestra atención el contemplar en torno a estos grupos, multitud de bolsas, que seguramente sirven para transportar sus viandas y copiosas bebidas. No falta tampoco aquí el disfrute de la gente menuda, que van a su bola, sin perderse lógicamente de la vigilancia de sus progenitores; ni por parte de la juventud, la música y la peculiar y personal forma de su vestimenta, y un número importante de curiosos como nosotros.
Y cuando llegamos a casa, lógicamente nuestra ropa huele a humo. La noche se nos viene encima rápidamente, sin darnos cuenta, aunque la caminata es larga. Algunas de las hogueritas mueren lentamente, dejando las huellas de sus rescoldos; otras, más tardías, permanecían erguidas, porque no les llegó su hora, aunque su final será el mismo. De pronto, el cielo se llenó de luces y brutales ruidos, los fuegos, fabricados por expertos hombres, se hicieron fuertes; su eco se repetía insolentemente en la lejanía y los trazos de sus luminarias dibujaban en los cielos guirnaldas multicolores, que despertaban, a pesar de nuestros muchos años, la misma admiración de cuando éramos pequeños; pensando que todo es igual y todo era distinto.
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