Los quiero como si fueran míos, lógico, porque algo mío son. Una pareja entrañable, de los que hablé en retazos al referirme a nuestra gente, pero que todavía no teníamos en nuestro rincón dedicado a los retratos. Me refiero al primogénito de mi repetido, Clemente, y a su compañera de toda su vida, Estela Franco, que nos regalan su cariño porque le brota de sus nobles corazones y porque son así, sencillamente.
A ambos los tuvimos como alumnos y sin privilegios de ninguna clase por ser familia, supieron siempre dejarnos en buen lugar; ya que demostraron su valía desde bien pequeños, integrando ese grupo de alumnos brillantes, por su saber y por su forma de ser, que a veces es más destacable.
No perdieron la costumbre ni sus hábitos al empezar sus estudios superiores
Y cuando llegaron a formar su propia familia, tuvieron la fortuna de conformarla, como se dice por estas tierras, como Dios manda; trayendo al mundo dos criaturas muy lindas, tanto en lo físico como en sus cosas cotidianas, las de cualquier niño. Martina y Clemen, cariñosos como sus progenitores y alumbrados de luces que no cesan.
Entre sus aficiones, las de sus padres, indicar que Clemente tuvo dos principales, la actividad deportiva, centrada en el fútbol, que por cierto lo hacía estupendamente, y el dibujo, que seguro había heredado de su padre, y que traspasando una generación también lució en su hija Martina, que además destacó en el deporte, concretamente en el capítulo de la gimnasia rítmica. En tanto que Estela, dedicaba su tiempo libre y de qué manera, hacia la escritura y a aumentar sus conocimientos acerca de todo lo que le interesaba, contando siempre con una extraordinaria capacidad organizativa y de gestión.
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