Hoy traemos aquí un dibujo que viene a poner de relieve la precocidad de mi repetido Clemente, acompañado de una divertida, pequeña y anecdótica historia. Fíjense de la fecha que aparece en el mismo, 22 de julio de 1954, que no corresponde a la de cuando se puso en circulación el billete, sino a la de su ejecución, la del dibujo. Andábamos nosotros recién cumplidos los quince años, en esa edad que los entendidos en la materia señalan como muy compleja por lo que supone la transición de la niñez a la juventud, esperando comenzar, pasado el estío, nuestro quinto curso de bachillerato en el Instituto Nacional de Enseñanzas Medias de Melilla, cuando a Clim se le ocurrió la idea de realizar un dibujo de un billete de aquellos entonces, de 25 pesetas, y hasta en su mismo tamaño, del cual asomamos una copia ahora.
Existía por aquellos tiempos cerca de nuestra casa, en los comienzos de la Calle General Mola de Melilla, un quiosco regentado por una mujer enlutado, a la que todos los niños queríamos de verdad, menos cuando le afloraba su mal genio a causa de nuestras lógicas e inocentes travesuras y la molestábamos y disparaba como metralleta una retahila de palabras malsonantes que nos causaban la risa, desconociendo incluso en nuestra niñez el significado y alcance de algunas de ellas. Se llamaba María, ya algo mayor y de vista andaba algo regular. Cariñosa en exceso cuando nos dejábamos nuestras calderillas, que vivía de ellas, en la compra de sus golosinas. Un día, acompañado de un buen cortejo, ya que sabían el objeto de la broma que le íbamos a gastar, con su billete de 25 pesetas, más que nuevo, mi hermano, el autor de aquella obra de arte, lo depositó con algún nervio encima de su pequeño mostrador y con voz algo temblorosa
le dijo a María: Hoy, María, a mi me toca invitar a mis amigos, porque hace unos días fue nuestro cumpleaños. A María, los ojos le hicieron chiribitas, 25 pesetas en golosinas para la chavalería; eso era demasiado para un día corriente. Y más rápido, cogiéndolo con mimo lo guardo en su cajoncito. Clemente siguió con sus argumentos: Así que cada uno pida lo que quiera. A la buena señora, le vino el nervio, porque aquello parecía que iba en serio; en tanto que a mi "repe" le trasladó la preocupación y no pudo aguantar más, diciéndole: Pero, María, no se ha dado usted cuenta de que el billete no es de verdad? María abrió el cajoncito y lo cogió, mirándolo y remirándolo fijamente; hasta que él la invitó a que le diera la vuelta. Una exclamación de sorpresa salió de su boca: ¡Ay, Dios mío, pero si está blanco por detrás! ¡Esto no puede ser!... No había visto nada igual en tantos años de vida. Su miedo evitó que la broma se consumara, pero la buena anciana, si no hizo el negocio esperado y deseado en un momento, si tuvo la recompensa de vender a aquella chiquillería lo que habitualmente le pedían, mostrándole cada cual sus perrillas antes de que recibieran las mercancias, para tranquilizarla y desparecieran sus dudas.
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