Don Racataplán,
el tamborilero,
racataplanea
con su tambor nuevo,
con fuerza, can arte,
con mucho salero,
siempre lo acompaña
su perrito viejo,
que marcha a saltitos,
saltitos pequeños.
Por la calle ancha,
de piedra y albero,
baja la pareja,
los dos, muy contentos,
y al doblar la esquina,
donde está Correos,
siempre se saludan
con el pastelero,
Don Nicolasón
Azúcar Moreno,
de carita blanca,
de nieve de enero,
en la mano un dulce
para el viejo perro
que, con su colita,
saluda al dulcero.
Don Racataplán,
el tamborilero,
se acerca a la fuente
del olivo recio,
que sembró hace un siglo
su tatarabuelo,
para echar un trago,
despacito, lento,
del agua fresquita
del fresco venero,
fuente guarda
debajo del suelo.
El racataplán,
racataplanero,
resuena en la vida
de los lugareños
a cositas buenas,
llenas de recuerdos.
Don Racataplán,
mi tamborilero,
no te vayas nunca
de El Viso, mi pueblo,
que tus sones saben
amolletes tiernos,
a blancos suspiros,
a flor de romero
y a buen piñonate
racataplanero.
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