La luz ciega sus ojos y se ve obligado a cubrir estos con encalladas manos y doloridos brazos. Está entroncado con sus raíces profundas en la tierra, aspira a conseguir la libertad, una libertad que parece querer esquivarlo. El agua del botijo no tiene tiempo para conservarse fresca, abrasa la garganta después de tanto esfuerzo estéril. Es demasiado tributo el que hay que pagar al campo. La dureza del tronco es más poderosa que el vástago del hachón, que termina en su desesperación por rendirse a la cruda realidad...
Y pasarán las horas, los días, los años, los lustros y siglos, y el agricultor de esta bendita tierra nuestra que es Andalucía, seguirá con su eterna sequedad luchando contra los gigantes de aquel loco de la Mancha, que hoy se han acomodados en cómodas poltronas y miran para otro lado de su sufrir.
¿Hasta cuándo esta agonía?
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