Entrega nº 1
Corría el curso escolar 2017-18 cuando
esta encantadora niña estaba en el 2º curso de educación infantil, en el
colegio Alcalde León Ríos de El Viso del Alcor, andando en su casi estrenada
vida entre los siete y ocho añitos cuando escribió una quincena de minicuentos,
así los llamaba ella, para responder a la iniciativa de su “seño”, la profesora
que siempre recuerda con agrado, “Inma”, de encontrarse sus pequeños alumnos
con la noble tarea, desde corta edad, de la creación literaria, lo que parecen
palabras mayores para gente tan menuda,
y teniendo como principal soporte la inmensa riqueza imaginativa del
mundo infantil.
Adela Calabuig Núñez, la mayor de mis
nietas, de la que estoy hablando, es una pequeña dulce y cariñosa, siempre
sonriente, como su padre, Dani, al que en una caricatura que le hizo su tío
Clemente, le rebautizó como “el riseñor de los Alcores”; Adela posee un corazón
de oro y es paciente como la que más, cosa que viene demostrando claramente a
lo largo de sus diez años de vida.
Desde que era casi un renacuajo nos sorprendía con su habilidad para confeccionar puzles, que aunque iban aumentando en dificultad, con una memoria visual extraordinaria los resolvía en un abrir y cerrar de ojos; porque las escayolas, digo yo, que le han acompañado en temporadas, que le impedían correr y saltar como sus compañeros y amigos, la llevaron a refugiarse en otras actividades, como la señalada anteriormente o cuando descubrió y adquirió la mecánica de la lecto-escritura acudió a estas, volviéndonos a sorprender. De verdad que no le costó trabajo aprender a leer y su enorme curiosidad le permitió disfrutar con la lectura primero y casi al mismo tiempo con la escritura creativa que la llevó a plasmar en estos minicuentos su desbordante imaginación.
MINICUENTO Nº 1
ME CONVIERTO EN UN
DUENDE
Hola, chicos. Hoy os voy a contar la
historia de cuando me convertí en un duende. ¿Tenéis ganas de que os la cuente?
Yo, muchísimas. Bueno, os dejo con la historia. Un
día estaba yo jugando en el parque y cuando regresaba para mi casa, en una
esquina había un baúl, en el que había un cartel que ponía “No tocar”; pero
como yo era muy traviesa y curiosa, lo abrí y en su interior encontré un gorro
pequeño. Me lo probé inmediatamente y de repente me encogí hasta la altura por
debajo de las rodillas. Al verme tan pequeña me asombré y sentí miedo. La gente
decía que yo era muy linda. Tenía los ojos azules y el pelo de colores y de
purpurina. Aquel día llevaba un vestido con una flor y unos zapatos rojos. Al
verme mi madre, como no sabía que era yo, me envió a una fábrica de duendes mágicos…
Si
queréis saber para quiénes son los duendes, al final de esta historia lo
sabréis. Bueno, vamos a lo que vamos. Todos eran diferentes, uno se llamaba
Caramelo, otro, Alegría y muchos más con distintos nombres. Los fui conociendo
a todos y estando con ellos surgieron cuatro problemas: El primero era que para
recuperar mi tamaño, tenía que cruzar el Bosque Maldito y allí debía encontrar
y coger la cabeza de un esqueleto. Más tarde, en el País de la Fantasía debía
hacerme con un trocito de arcoíris. Luego, en Cocilandia buscar una patata, pero frita y en la Tierra
de la Paz una Paloma. Al principio, en el Bosque Maldito me persiguió una bruja
de las malas, porque también las hay buenas; pero conseguí despistarla. Busqué la calavera por
todas partes sin encontrarla. Pensé que podía estar enterrada y cavando en la
tierra la encontré, la cogí y con algo de miedo la metí en mi mochila. Más
tarde fui al País de la Fantasía y me embobé por todas las cosas tan bonitas y
raras que allí había y porque me encontré con un viejo amigo que era mago.
Menos mal que me concentré y seguí buscando. Al encontrar el arcoíris cogí un
trocito y de pronto, nada más tocarlo a través de todo mi cuerpo se veían todos
los colores. Fue algo increíble. Luego, en Cocilandia ya iba a coger la patata
frita cuando por arte de magia perdió su cocción y tuve que hacerla de nuevo,
lo que llevo un tiempo.
Por fin llegué al Bosque de la Paz, donde tenía que coger
una paloma, pero como no podía tuve que usar mis habilidades de duende para que
ella, la paloma que estaba viéndome, se viniera conmigo mansamente. Con las
cuatro cosas que me pidieron, metidas en mi mochila, regresé a la Fábrica y le
entregué todas al Rey de los duendes, que me devolvió a mi tamaño natural. En
todo este tiempo mi madre estuvo muy preocupada.
Bueno,
como esta historia ya se acaba os voy a decir para quien eran los duendes;
eran, como algunos habrán pensado, para ayudar a Papá Noel.
Y
COLORÍN, COLORÓN, este liocuento se acabó.
Me encanta abuelo🤗
ResponderEliminarIncreíbles recurdos... Tareas que conservará para siempre muy bien instruida por su profesora y por supuesto con el acompañamiento de su abuelo. Somos muy afortunados de tenerte. Te queremos siempre😘
ResponderEliminar