Martes, 16 de abril de 2019.
A 38 días…
ARDE NOTRE DAME.
Ni toda el agua del Sena fue suficiente
para calmar las ansias devoradora del FUEGO que, una tarde noche, de un aciago lunes
santos, quiso acabar con una de las más señeras catedrales del universo
habitado. Ni el hombre, con todos los adelantos de su frágil modernidad, pudo
apagar la sed destructora del FUEGO, empeñado en borrar del mapa parisino su
principal enseña arquitectónica, la CATEDRAL DE NOTRE DAME. Ni Víctor Hugo, en
una inservible segunda parte de su novela “Nuestra Señora de París, ni la
belleza de las modernas Esmeralda, ni los más grandes y salvadores sueños de
los Quasimodo del hoy, hubieran podido hacer nada para sofocar el instinto
destructor del FUEGO. Ni las agujas góticas, tratando de alcanzar el cielo
protector, pudieron evitar su desplome, agotadas en su desigual lucha contra el
FUEGO. Ni la Cité, isla mágica del París de siempre, pudo evitar el arrasador y
empecinado caminar del FUEGO devastador.
Ahora solo nos quedan lágrimas de
incomprensión, de descuido, de mala fortuna, de fatal negligencia. Todas ellas
insuficientes para borrar la tragedia. Ahora solo nos quedan pobres dosis de
reconstrucción futura. Ahora solo nos queda la constricción de haberlo hecho
mal. Ahora solo nos queda el reconocimiento al “hombre” que, jugándose la vida,
luchó denodadamente contra el FUEGO, para evitar una mayor desgracia.
Arde NOTRE DAME, arde la CITÉ, arde PARIS,
arde toda FRANCIA, arde la TIERRA, ardemos todos nosotros, desafortunado epitafio
a lo ocurrido.
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