Sábado, 1 y domingo, 2 de septiembre de 2018.
A 264 y 263 días…
LA PRIMERA FIESTORRA DE ÁNGEL.
EL RESACÓN DEL DÍA SIGUIENTE.
Démosle la bienvenida con salmos de esperanza
y cánticos de bienaventurado.
Ángel, hoy es tu día grande,
grita bienaventuranzas,
canta salmos de venturas,
traza loas de esperanzas,
dibuja sobre tu cielo,
sueños de gratas mañanas,
viste el mundo de colores,
has del amor pura hogaza,
donde el hambre sea olvido
y el pan, pan para nuestra alma.
Ángel, hoy es tu día grande,
aprovecha su bonanza,
para decirle a los tiempos,
que la vida es siempre grata,
que los días y las noches,
son las sagradas ventanas,
por donde
el hombre transita,
con pasos de tarambana,
buscando paz y sosiego
y el pan, pan para nuestra alma.
Y
llegó el día anunciado, el esperado, y
el pequeño Ángel en su inmaculado limbo,
y todo volvía a ser sencillo, aparentemente fácil de vivir.
Las puntadas de última hora, suponían un último aldabonazo del bien
hacer para que todo estuviera a punto. Los padres de la criatura, nerviosos y
expectantes, Diego, el tío marbellí, y Rafa Aparicio, el técnico de sonido e
imagen, jugaban con los cables y aparatos electrónicos para que las luces
brillaran como nunca y los sonidos sonaran a gloria. Las pequeñas Martina y
Alejandra (tres años más grandes y bonitas que el día de la boda de Ángel y
Esther, en el Hotel Elba de Costa Ballena) ensayaban, por última vez, sus
papeles de mantenedoras de la Ceremonia.
Los camareros en su tarea de preparar las mesas para el posterior ágape. Silvia
se ocupaba de encordar un árbol donde colocar una serie de fotografías, a cual
más bonita, del pequeño Ángel. Obsequio de éste para los asistentes a su
primera gran fiesta. Y una incontrolada marea de invitados, familiares y
amigos, todos inmaculados con sus vestimentas blancas, fue llegando, cumpliendo su papel, de momento, de
observadores y reconocedores del espacio en el que tendrían que moverse durante
las horas siguientes.
Las presentaciones, los saludos, los encuentros, los besos y abrazos,
las palabras de siempre, se entremezclaron en un batiburrillo de obligado
cumplimiento. La marea blanca fue imponiéndose a los verdores y demás colores
de la hacienda y, la verdad es, que no sentaba mal a la vista. Lo del blanco
ibicenco quedó para la historia como un acierto de los anfitriones.
Con
algo de retraso, en los alrededores de la piscina, se inicia la ceremonia. Los
invitados escogen sus propios asientos. A los abuelos y tíos de la criatura nos
reservan unos asientos en la primera fila.
Martina y Alejandra, las dos preciosas, toman la palabra, con una
maestría que ya no nos llama la atención. Con soltura y buen tono de voz, cada
una con su micrófono en ristre, saludan a los invitados, les dan la bienvenida
y nos adelantan el contenido de la “opera prima” del primo Ángel.
Diego, tres años antes (bastante tiempo), en la boda de Ángel y Esther,
dejó sin abonar una deuda no olvidada, una canción dedicada a la pareja que no sonó entre los
asistentes a la boda de estos. En este festivo acto dedicado al pequeño Ángel vio la oportunidad de pagar la
sonora deuda. Tuvo, además el honor de
ser acompañado por su hija Alejandra que demostró sus cualidades en el teclado. Más tarde, nos regaló otra
canción, cantada en inglés y cuya letra nos hablaba de la
existencia o no de los ángeles, oportuno momento para exaltar a nuestro pequeño
y querido Ángel, en su primer acto festivo.
A continuación, los familiares más íntimos fuimos abducidos por un juego de
características y resultado imprevisibles, propuesto por los anfitriones Esther
y Ángel. En un pequeño y atractivo arcón
depositamos misivas dirigidas a Ángel y que debían ser abiertas y leídas al cumplir, éste, los 18 años. Largo
plazo para algunos de los participantes en tan extraño juego. Empezaron los
tíos, siguieron los primos y terminamos
los abuelos. Cada uno de nosotros, más o menos emocionados, cumplimos con el
mandato impuesto por los padres, Ángel y Esther.
Y
la fiesta continúa bajo la tutela de nuestras delicadas presentadoras que anuncian las palabras de Esther
y Ángel. Un poema entrañable de Esther “Te miro”, recitado emotivamente a la
cara de su retoño, sostenido por los brazos de su papá y un racimo de
gratitudes a familiares y amigos presentes. Como colofón, como preciado cierre
de la ceremonia, Ángel le dedicó a su pequeño, una preciosa nana, compuesta por
él, letra y música. El español y el inglés sirvieron de soporte a tan emotiva
canción y la guitarra le hizo compañía. Cada día que pasa lo veo con más
cualidades artísticas a desarrollar y con más don de gente. Imposible
resistirme a valorar a mis hijos:
Clemente, el trabajo responsable y el artista no desarrollado; Diego, el
talento extremo y el artista por placer; y Ángel, el compendio de sus dos
hermanos mayores.
Terminada la Ceremonia, llega el momento del refrigerio, de la colación.
La tarde noche y la temperatura extrema invitan a las bebidas refrescantes, a
la fría cerveza, a la buena sangría. Los camareros no dan abasto, la sed es
grande y poco comprensiva en momentos como el que estamos viviendo. Poco a poco
nos calmamos algo, aunque nuestros
cuerpos siguen padeciendo las altas temperaturas del día.
En
una larga mesa, los Calabuig y ad látere, en número superior a la veintena, a
gusto todos ellos, juegan a dejar correr el tiempo, en amena conversación. No
faltan las risas y las altas voces, costumbre adquirida desde la más tierna
infancia en estas tierras de María Santísima.
Después de los dulces, en esta ocasión de “Riaño”, apertura de la “barra
libre” y desplazamiento masivo a los alrededores de la piscina. La música a
gusto del primero que llegase y que supiera manejar los cachivaches sonoros.
Blanca, la de Diego, mostró en más de una ocasión, sus conocimientos. Mucha
charla y poco baile.
Las horas pasaban y en un santiamén nos plantamos en las cuatro de la
madrugada, buena hora para pensar en la retirada. El pequeño Ángel, el inconsciente
homenajeado, despierto unas veces y dormido, otras, mantenía el tipo,
portándose como un tío grande, o como sabiendo que aquel lío lo habíamos
montado para y por él.
Diego y Silvia, con sus tres peones de brega, con los dos pequeños,
dormidos, fueron los primeros en tomar las de “Villadiego”, en esta ocasión, la
casa de sus suegros Gracia y Juanlu. Le seguimos nosotros, con el coche a tope,
cargado más de la cuenta y conducido por Rosa que se había contenido en la
ingesta de alcohol, para evitar males mayores. Nos siguió Clemen, Estela y los
suyos y con el maletero en las misma condiciones que el nuestro, a tope. Pepe y
la troupe suya fueron los siguientes, ya lo habían hecho Teo, Auxi y sus huestes. Despedidas cortas y
obligatoria vista del pequeño Ángel.
Llegada sin novedad a los respectivos hogares, suerte al encontrar
aparcamiento y descarga parcial de los vehículos. ¡Mañana, u hoy, son ya otro
día!
Prisas en desnudarnos, toma de las últimas pastillas de la jornada y a
la cama, para nosotros son las 5 de la madrugada, desacostumbrada hora para
iniciar la muda charla con Morfeo.
…
Rosa, en esta rara y no usual hechura, me ganó por goleada en el
madrugar. Aguanté en la cama, como un desconocido, hasta las 12 horas, tiempo
de “ángelus”, e incomprensiblemente podía haber aguantado algunos minutos más.
La tarde del 2 de septiembre, sin programar ni pensarlo, se convirtió en
apreciada jornada de convivencia para todos nosotros. Solo faltaron Ángel,
Esther y su (nuestro) Ángel, vencidos por el agotamiento, superados por el
cansancio y ajetreo de los días anteriores y, sobre todo, por el festivo ayer.
Ensayo y grabación de una inventada canción,
en versión musical de “Despacito”, para enviársela a Ángel, Esther y “Angelito”, con violín
añadido y una nueva voz en el coro, la de Mamen. Ya circula por “superfamily”.
Agradecimiento de Ángel al recibirla y escucharla.
Y
como cierre, el derbi sevillano. El Betis en un partido aburrido se lo llevó
por la mínima. Lo vimos en el sótano de Teo.
Escandalosa despedida de la “soldadesca” de Diego por parte de las
huestes de Clemen y Estela, con carrera y gritos al iniciar la marcha, estos.
Recogida y al “catre”, más es
imposible.
Felices días, pero más tranquilos. ¡Qué comience ya el curso escolar!
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