AL
VIEJO NARANJO
El viejo naranjo,
de
mi vieja calle,
de
blanco vistió
su
copa, su talle,
con
el azahar,
hermoso
ropaje
que,
en la primavera,
en
sus ramas, nace,
y
con la cal blanca,
salubre
y suave,
que
los jardineros
de
sus casas, traen.
El Viejo naranjo,
de
mi vieja calle,
tranquilo,
se mece
con
el cálido aire,
que
mueve sus ramas,
que
abraza su talle,
que
besa sus hojas,
al
caer la tarde,
llenando
orgulloso
de
aroma agradable,
balcones,
ventanas,
portales,
zaguanes,
los
corazoncitos
de
mi santa madre
y
de mi mujer,
mi
rosa fragante.
¡Qué
dicha, qué gozo,
qué
cosa tan grande!
El viejo naranjo,
de
mi vieja calle,
en
Semana Santa,
quiere
engalanarse,
para
ver los Pasos
de
su linda Madre,
Virgencita
pura,
Dolorosa
imagen,
y
del Hijo amado,
triste
caminante,
Nazareno
ilustre
de
rostro afable,
y
Crucificado,
y
sin ser culpable,
por
un populacho,
ruin,
miserable.
La vela prendida,
el
cirio humeante,
la
nota que escapa
por
la vieja calle,
siguiendo
los pasos
de
la Virgen Madre,
despiertan
sopor,
sueños
celestiales,
cuajados
de encanto,
¡Milagro
insondable!
El viejo naranjo,
de
mi vieja calle,
descansa,
se duerme,
sueña
con su padre,
un
naranjo viejo,
grande,
inolvidable,
que
le dio la vida,
su
savia, su sangre,
dentro
de un esqueje,
de
los buenos, de antes,
sembrándolo
pronto
en
mi amada calle,
donde
viejos versos
de
nuevos juglares,
se
unen, se casan
en
nuevos altares,
para
recitarlos,
al
caer la tarde.
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