lunes, 27 de enero de 2014

Breve reflexión marginal

DAR DE SÍ
     Es inimaginable, lo que da de sí, una semana en un centro hospitalario; incalculables son los conocimientos que se adquieren; impensables las oportunidades de comunicación vecinal; incontables los momentos de meditación y aburrimiento; Inenarrable los mosqueos y las gratitudes; Increíble los silencios y los desamarres de las lenguas fáciles; incalculable los olores, las pintas, los modelitos, los catálogos de humanos usuarios, visitantes y trabajadores.
     Para este modesto escribano, las permanencias prolongadas en los citados centros, por motivos que no necesitan explicación (Males familiares o propios, ¡Gracias a Dios, no muy frecuentes!) siempre me producen sentimientos variados que, por un lado, aumentan mi capacidad de observación y, por otro, me arrastran a una pasajera depresión y a la necesidad de narrar lo vivido, como terapia sanadora.
     Cronológicamente, al aviso de ingreso en el centro hospitalario, siguen los trámites de asignación de habitación, la acomodación en la misma y el primer encuentro con el enfermo y familiares acompañantes, acomodados con anterioridad, con los que habrá que compartir  inciertos días y largas noches de permanencia y vigilia en el nunca grato habitáculo.
     Con cierta lentitud van abriéndose, de forma no premeditada, las puertas de la comunicación entre los ocupantes, en ocasiones, más de la cuenta o más de lo recomendado y deseado. A la trivialidad de los primeros intercambios, sigue la información sobre los males a compartir, a los que suceden, las informaciones familiares de parentesco.  El tiempo, sobrado y lento caminante, en estos lugares, siempre que no estemos inmersos en situaciones de gravedad extrema, nos incita al desahogo verbal,  a explayarnos en los temas cotidianos, en los familiares (pasado y presente), en lo íntimo. Creándose, con el continuado intercambio informativo, una corriente de afectividad entre casi todos los ocupantes de la pequeña habitación. El compartir todo, horarios en la alimentación y el descanso, visitas médicas, atenciones de auxiliares y enfermeras, baños, pasillos, etc., va acrecentando en los “huéspedes” la incipiente amistad.
     Al final de la estancia, con los cambiantes tiempos y el imparable progreso, se producen los habituales intercambios de correos electrónicos que, según el calado de la naciente amistad, en un futuro, serán utilizados o no, para el mantenimiento o abandono del circunstancial contacto.

     Termino reafirmando lo que “dan de sí” las estancias en los hospitales, aunque mejor hubiera sido no tener que reflexionar marginalmente sobre ello.

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