MORIR POR AMOR
Por una bella mujer,
bajó
un joven al infierno,
para
cumplir el castigo
que
unas lenguas le impusieron.
Lenguas
malas, malas lenguas,
llenas
de envidias y celos
que,
para ocultar sus males,
buscaron
el mal ajeno.
El joven perdió a su amada
mujer
de sus bellos sueños,
se
hundió en la desesperanza,
maldijo
su sino negro.
La
locura lo envolvió
con
un sudario de miedo
y
con un sordo disparo,
migaja
de crueles truenos,
plantó
su eterna morada
en
un blanco cementerio,
junto
a un erguido ciprés,
centinela
de unos muertos.
Nadie se mordió la lengua,
nadie
se culpó de aquello,
nadie
derramó una lágrima
por
el joven de estos versos.
Sólo,
una silente alondra
y
un rudo sepulturero,
lanzaron
breve plegaria
sobre
los quebrados restos
del
joven que se arrancó,
con
un disparo certero,
la
vida y el cruel desamor
de
la mujer de sus sueños.
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