GUITARRAS
Guitarra de mi niñez,
joya
de época añorada,
fuiste
acorde sencillo,
punteo
de albas baladas,
fuiste
juego, pasatiempo,
bien
querida y maltratada.
Fuiste
compañera amiga,
niña
comprensiva, guapa,
perdonaste
mis caricias
cuando
torpe, te abrazaba,
cuando,
con mis lerdos dedos,
tus
notas desafinaba.
Viviste
en los extremos,
en
dos orillas lejanas;
con
locura te quería,
al
rato, te abandonaba;
eras
el centro del mundo,
al
momento, no eras nada.
Tuviste
para conmigo
la
transparencia del agua,
la
tolerante actitud,
que
tienen las cosas gratas.
En la carrera del tiempo,
cumplimos
leyes sagradas;
el
niño, ya se marchó,
un
joven ocupó su cama,
mientras
tú, guitarra mía,
seguías
en tu misma casa,
con
tu prima y tu bordón,
y
las vuestras cuatro hermanas,
con
un bello clavijero,
un
puente de tenaz haya,
y
un negro ombligo redondo
en
tu gran sonora caja.
Sin
embargo, era tu piel,
algo
más vieja y gastada.
El joven, como reliquia,
guardó
primera guitarra,
entre
los mil y un tesoro,
que
en un trastero se guardan,
para
perpetuar los recuerdos
de
estas edades doradas.
Guitarra de juventud,
aires
de auténtica dama,
fuiste
tú, joven doncella,
fuiste
tú, niña mimada,
recorriste
mil caminos,
visitaste
miles salas,
tocaste,
a la luz del día
y
en las negras madrugadas,
fuiste
alegría en la tuna,
notas
graves, en la rondalla.
Y
si aquello fuera poco,
vivimos
grandes hazañas:
tocaste
para un rey moro,
rondaste
a cien bellas damas;
fuiste
dúo y después, trío,
con
otras buenas guitarras,
te
asomaste a rica radio
que
en aquel tiempo, reinaba,
y
de tus cuerdas nacieron,
canciones,
bellas baladas,
perdidas
en el recuerdo,
y
que hoy, como tú, descansan,
duermen
cenizas de ausencia,
entre
polvo y telarañas,
criados
por el olvido,
en
lo más hondo de mi alma.
Guitarra de madurez,
perdida
en la distancia,
mis
respetos hacia ti,
levantan
gruesas murallas,
difíciles
de salvar,
con
estas manos cansadas.
Serviste
para rescatar,
entre
furtivas miradas,
recuerdos
que por el limbo,
olvidados, paseaban.
La
culpa de tu silencio,
de
mi luenga retirada,
la
tiene, desde hace tiempo,
la
guitarra más humana
que
escucharon mis oídos
en
mis muchas madrugadas,
que,
un tal Paco de Lucía,
con
caricias de alma sabia,
elevó a los caros
cielos,
a
las más altas estancias,
y
colocó en los altares,
con
manos de recia plata,
los
sueños que santifican
los
sones de la guitarra.
Y
grave pecados es,
rozar
sus cuerdas sagradas,
con
el burdo atrevimiento,
de
una ignorancia malsana.
Guitarra de mi niñez,
bien
querida y maltratada,
guitarra
de juventud,
con
tristeza, abandonada,
guitarra
de madurez,
de
mi vivir, alejada,
fuisteis
venerables musas,
de
estas horas encantadas;
fuisteis
los sueños posibles,
rescatados
de la nada,
que,
en estos breves instantes,
han
reconfortado mi alma.