LA NOCHE
DE LOS PREGONEROS
(A Manolo, el último de los Pregoneros visueños)
Como Gabrieles felices,
a
orillas del Nacimiento,
se
asoman por los alcores
amantes
de un viejo verbo,
adultos
con piel de niño,
vestidos
de pregoneros,
para
revivir la historia
de
un singular reencuentro.
En la Cena del Pregón,
noche
de los pregoneros,
los
mayores, sin pudor,
brindamos
con vino añejo,
vino
de feliz niñez,
el
vino de los recuerdos,
servido
en frágiles copas
de
apreciado cristal viejo.
Y
cuando la voz del hombre,
acero
del pregonero,
entona
añorado canto,
despiertan
los sentimientos
que
duermen en los arcones
que
todos llevamos dentro,
cargaditos
de nostalgias
y
de felices momentos.
Los adultos se
hacen niños
al
oír al Pregonero,
y
de nuevo, quieren ser
agua
fresca de venero,
hijos
de la fantasía,
de
la magia, de los sueños,
y
volver años atrás,
para
ser niños, de nuevo.
Los Magos se hacen reales,
porque
quiere el Pregonero,
lo
manda con su palabra
envuelta
en sonoros versos,
que
nos transportan gozosos
a
orillas de pasados tiempos,
tiempos
de firme creencia
en
los Reyes verdaderos.
Al lado de la quimera,
nunca
olvida el Pregonero,
despertar
nuestras conciencias,
con
unos “palos” certeros,
trayendo
a nuestro presente,
“las
verdades del barquero”,
aquellas
que nos recuerdan
que
el mundo es un basurero
donde
los necesitados,
los
marginados y hambrientos,
son
páginas olvidadas
de
un libro que nunca es nuestro.
Terminada la tarea,
sin
apenas pasar tiempo,
resuenan
fuertes aplausos
en
honor del pregonero,
orfebre
de la palabra,
orífice
del bello cuento
de
unos Magos que adoraron
a
un Infante Nazareno,
nacido
en pobre portal,
Catedral
del universo.
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