lunes, 18 de agosto de 2025

OTRAS HISTORIAS, PERO EN PROSA


EL NIÑO QUE PERDIÓ LA NIEBLA  (5)

Cecilio se fue corriendo y alegre, porque ya sabía más cosas acerca de lo que era la niebla.

Otro día volvió y llego de nuevo aquella. No se veía nada a escasa distancia. Parecía como si hubieran borrado todo con una enorme goma, grande, grande, más grande todavía. Cecilio no se asustó en esta ocasión, pegó su nariz al cristal de su ventana, abrió muchos sus ojos y pensó, pensó, pensó.

Había tomado una decisión heroica para él. Corrió hasta su cuarto, que también lo era de su abuelo, el que estuvo en la guerra de África y que no se cansaba nunca de contarle sus batallitas, aquellas que al pequeño le encantaban, y fue sacando de debajo de su cama todas sus cajas, las llenas y las vacías y se las llevó corriendo a la calle. 


         Le costó mucho trabajo, muchísimo, más todavía, abrir las llenas y dejar que sus animales salieran de ellas. Unas lágrimas revoltosas corrieron por su rostro.

¿Por qué Cecilio había renunciado a su tesoro sin decir palabra alguna?

¿Por qué las más preciadas piezas de sus cacerías habían sido puestas en libertad?

¿Por qué tanta prisa en convertir su colección de cajas, llenas y vacías, sólo en estas últimas, sin quejarse?

La explicación a estos y otros interrogantes fue inmediata. Como loco y con todas sus cajas corrió hacia fuera, las fue abriendo una a una hasta que estas se iban llenando de niebla, cerrándolas inmediatamente para que ella no se escapara. Había cambiado en muchas de ellas, animalitos por niebla. Cuando las tuvo todas llenas corrió de nuevo a su cuarto y las guardó otra vez debajo de su cama.

Aquella noche Cecilio durmió en una manta que tendió en el suelo, desde donde podía ver todas sus cajas llenas de niebla. Su abuelo, que ya chocheaba, ni se dio cuenta de las cajas ni de que su nieto no estaban en la cama como todas las noches.


 

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