OSCURIDADES DE DOLOR Y MUERTE (4)
Este incierto panorama
al joven no le amedrenta,
continuando día tras día
la busca de su doncella,
hasta que por azar da,
después de cientos de vueltas,
de miles idas y venidas,
con una rústica puerta
de madera carcomida,
al joven no le amedrenta,
continuando día tras día
la busca de su doncella,
hasta que por azar da,
después de cientos de vueltas,
de miles idas y venidas,
con una rústica puerta
de madera carcomida,
desvencijada
y maltrecha,
que permítele el acceso,
al abrirla sin gran fuerza,
alentando su esperanza,
a covacha más extensa,
que en su fondo deja ver
una angosta escalera
de peldaños muy gastados
y que a alguna parte lleva.
que permítele el acceso,
al abrirla sin gran fuerza,
alentando su esperanza,
a covacha más extensa,
que en su fondo deja ver
una angosta escalera
de peldaños muy gastados
y que a alguna parte lleva.
Subiendo
con sumo cuido
hasta
bien arriba llega,
encontrándose al final
que una gran reja la cierra.
Agarrado a sus barrotes
y gracias a la luz que entra
desde la parte más alta
por especie de lucerna,
ve que en aquella estancia,
al acercar su cabeza,
hay muchísimos objetos
relativos a la iglesia,
bancos muy desvencijados,
partes de tallas muy viejas,
ropajes descoloridos
encontrándose al final
que una gran reja la cierra.
Agarrado a sus barrotes
y gracias a la luz que entra
desde la parte más alta
por especie de lucerna,
ve que en aquella estancia,
al acercar su cabeza,
hay muchísimos objetos
relativos a la iglesia,
bancos muy desvencijados,
partes de tallas muy viejas,
ropajes descoloridos
y
muchos restos de velas.
Tan vanos son los intentos
para levantar la reja,
que al fin, guardar bien prefiere
los detalles que allí viera,
comenzando a desandar
la ruta que antes hiciera,
con igual dificultad,
en la empinada escalera.
De pronto, un lamento se oye
un débil “ay” de tristeza,
que a la más grande quietud
a aquel trovador, le lleva,
no se atreve a respirar,
el mayor silencio desea,
su corazón le traiciona
al latir con mucha fuerza,
temiendo que sólo sean
desvaríos de su cabeza.
para levantar la reja,
que al fin, guardar bien prefiere
los detalles que allí viera,
comenzando a desandar
la ruta que antes hiciera,
con igual dificultad,
en la empinada escalera.
De pronto, un lamento se oye
un débil “ay” de tristeza,
que a la más grande quietud
a aquel trovador, le lleva,
no se atreve a respirar,
el mayor silencio desea,
su corazón le traiciona
al latir con mucha fuerza,
temiendo que sólo sean
desvaríos de su cabeza.
Costa Ballena, 6 de Agosto de 2025
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