186 .- EL VENDEDOR DE SONRISAS
CAPÍTULO SEXTO
Nada más que pisa tierra,
con extrañeza le miran,
no porque fuese de fuera,
más, por su amago de risa,
gesto que jamás han visto
lo largo de sus vidas.
Espérale en hotelito
un anciano de la villa,
que conoce bien la historia
de las gentes de Salinas,
del porqué nunca sonríen
y están serios de por vida.
Asunto que cuenta al joven
con miedo y con cierta prisa;
miedo por osar hablar
de materia tan prohibida,
contada con rapidez
para evitar que fuera oída
aquella conversación
por personas convecinas
y ser acusado al juez
por su conducta ilícita.
en aquella pequeña isla,
sus habitantes lloraban
cuando desgracias venían,
pero lo normal, que riesen
al ser grande la alegría
que en casi todos reinaba
y que gala lo tenían.
Celebraban desposorio
en jornada vespertina,
del alcalde, su fea hijita,
que tan sólo con mirarla
se te escapaba la risa,
con jefe de la camorra
que en la isla residía
y que sólo busca en ella
los dineros que tenía,
semejándola en fealdad
y más malo que la quina.
Todo el pueblo está invitado
a tan memorable cita,
encontrándose con ellos
muchos capos con sus pipas,
enlutados, como cuervos,
con sarcásticas sonrisas.
Cuando con bastante boato,
el cura al mafioso invita
a que bese a su mujer,
llamándole Bella Niña,
una carcajada escapa,
sonando a chanza castiza,
de esas que son contagiosas
y las risas multiplican,
formándose tan jolgorio
que la fiesta está servida.
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