Nunca entendimos la pintura, tanto al óleo como a la témpera, ni el dibujo, como una profesión, ya que habíamos planteado nuestras vidas hacia la docencia, con una incipiente vocación y porque nos atraía el hecho de aportar algo a los pequeños en cuanto a su formación; sin olvidar tampoco de que si hubiéramos vivido y crecido en una población que contase con Universidad o que si en nuestra familia hubiéramos tenido medios económicos para poder realizar otros estudios, no sabemos si nuestra respuesta hubiera sido otra.
Aunque esta inclinación por lo artístico lo debíamos de llevar en los genes, en nuestro ADN; ya que desde nuestra juventud pudimos comprobar, tanto en los trabajos de clase, como en otras tareas pictóricas para conseguir algunas pesetillas, que la cosa no se nos daba mal del todo, sino todo lo contrario. Las calificaciones en esta materia siempre fueron altas y en cuanto a lo de obtener algunos recursos económicos, que en casa no sobraban, nuestra osadía no tuvo límites y supimos aprovechar esta pequeña habilidad en ciernes y contando en ciertos aspectos con la ayuda, a veces, de un excelente amigo, algo mayor que nosotros y al que siempre recordaremos, el pintor melillense Eduardo Morillas, que se nos fue desgraciadamente el pasado año y con el que mantuvimos siempre una cordial amistad. Hablábamos antes de atrevimiento, porque lo mismo éramos capaces de pintar sobre paredes enlucidas, incluso sobre ladrillos vistos, anuncios publicitarios, que hacíamos filminas que eran proyectadas antes de las películas sobre variados artículos de diferentes comercios de nuestra ciudad y trabajando para una agencia, que creo recordar que se llamaba "Eli". Hasta nos atrevíamos, modestamente, a intentar realizar películas para el cine conocido como "Nic". En definitiva, para nosotros con el paso del tiempo era como un "hobby"; faltándonos siempre la ambición para ser algo en este difícil mundo del arte.
Lo que no quita que con el devenir de la vida, no nos conformamos con guardar nuestras obras y nos lanzamos a la aventura, por lo menos para que otras gentes pudieran contemplarlas y gozarán o les parecieran no merecedoras del mínimo elogio, de exponerlas en público. Después de terminar nuestro servicio militar y de pasar nuestro primer curso escolar en la bella ciudad del Ronda, fuimos destinados o casi desterrados a dos pueblos de Guadalajara, no la de México como creyó nuestro buen amigo y cocinero Hade, al que le encantaban las películas de Jalisco, y que no pasaban de los 250 habitantes, contando algo menos de una quincena de alumnos de todas las edades; cosa que nos dejó tiempo para acudir a nuestro preferido pasatiempo y que nos permitió trabajar para debutar al finalizar el primer curso por esas tierras loadas por Camilo José Cela, y montar nuestra primera exposición, que lógicamente fue en nuestra ciudad natal, Melilla, en la Sala de la Delegación del Ministerio de Información y Turismo.
Y este fue el Catálogo de esta nuestra primera exposición
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