Domingo,
4 de noviembre de 2018.
A 200
redondos días...
ADIOS PARA SIEMPRE AL “CAMINITO”.
REGRESO AL HOGAR, DULCE HOGAR.
Casi obligamos al dueño de Villa Javier a
que nos bajase, en nuestro coche, a Sayalonga. El camino, sin lluvia, me
pareció igual de malo que el día de la llegada a la casa rural. Y no entiendo
de ninguna de las maneras, la naturalidad con que los lugareños ven y transitan
por él. En el breve trayecto, Antonio, nos demostró su habilidad, aunque no fue
suficiente para convencernos de que aquello era normal y que no revestía ningún
peligro. Para él, lo dejo, hoy y todo el tiempo por llegar, porque éste que
escribe se niega a volver a Villa Javier, con todas las bondades de la casa.
El regreso a casa sin novedad. La
carretera, al conocerla, se nos hizo más corta. La comida en una venta de cuyo
nombre no quiero acordarme, medio regular y, sin explicación, llena a reventar.
Ni el cocido era cocido, ni las judías eran judías, ni los filetes empanados se
parecían a los empanados filetes, ni los calamares, calamares, etc., etc. Todo
era “ni”.
Para
despedirnos, paramos en Monte Carmelo (Alcalá) y desde allí cada mochuelo a su
olivo. Descargamos el equipaje en casa y, repletos de morriña familiar, no nos
resistimos a ver a los más pequeños para que no nos olviden. ¡Cómo somos los
abuelos! Y después nos quejamos del “bregar” con los nietos.
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