¡HOLA!
¡Hola!,
le dije a las olas,
por
ver que me contestaban,
y
apenas pasó un instante
en
mi oído susurraban:
“Saluda
pronto a la mar,
que
está contigo enfadada,
por
no haberla saludado,
cuando
llegaste a la playa”.
Sorprendido
me quedé,
ante
respuesta tan rara,
y
sin perder un momento,
con
voz serena y bien clara,
¡Hola!,
le grité a la mar,
¡Hola,
mar de mis entrañas!
conmigo,
tú no te enfades,
que
eres tú, mi alma salada,
siempre,
compañera mía,
a
donde quiera que vaya.
Nada
tuve que decir,
después
de aquellas palabras,
para
lograr mi deseo,
a
la mar, desenfadarla.
¡Hola!, le dije a la brisa,
que
refrescaba mi cara,
por
ver si me respondía,
como
las olas saladas.
La
brisa me contestó
con
silbos de notas blancas,
hechiceras
melodías
que,
en mis oídos, jugaban.
El
viento, muerto de celos,
no
quería que me hablara,
abrió
sus recios pulmones
para
borrar las baladas
que
la brisa marinera,
con
placer, me dedicaba.
Miré
con desprecio al viento,
mientras
la brisa lloraba,
por
culpa del majadero
que,
de mí, la separaba.
¡Hola!, yo le dije al sol,
por
ver si me consolaba,
y
el sol, engreído rey,
de
mis lamentos pasaba,
empeñado
en calentar
la
fina arena dorada,
los
cuerpos de los bañistas
y
a la mar, su enamorada.
¡Hola!, le dije a las dunas,
a
los juncos, finas cañas,
a
las altivas palmeras,
a
las aguas y a las plantas,
a
la elegante gaviota,
a
las arenas mojadas,
a
los peces de la mar,
al
aire que respiraba,
y
a aquel festivo milagro
que,
con placer, me abrazaba,
por
ver sí allende, a lo eterno,
contentos,
me acompañaban.
Que bonito, me encanta, me emociona, ese canto a la mar salada, a esa mar, que me tiene enamorada.
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