viernes, 21 de octubre de 2011

Romance popular

ROMANCE DEL PEQUEÑO VIEJO PUEBLO

Muerta la gran ciudad,
el Pueblo buscó un espejo,
para contemplarse en él,
y descubrir sus defectos,
sus virtudes, sus bondades,
sus más preciados secretos.

De la vieja biblioteca,
tomó los libros más viejos,
cubiertos de viejo polvo,
raídos por el viejo tiempo,
para conocer su historia,
sus avatares, sus sueños,
para saber de sus vinos,
de las casas, de sus dueños,
de las formas de vivir,
como enterrar a los muertos,
de sus fiestas, de sus cantos,
de su habla, de sus rezos,
de sus modas y costumbres,
de su pan, de su alimento,
del ocio y de sus trabajos,
de los campos, de los huertos,
de los ríos, de los hombres,
de la tierra y de su cielo
y de otras muchas cosas,
verdades y algunos cuentos.

Al acabar la lectura
de aquellos libros tan viejos,
y después de contemplarse
en aquel vetusto espejo,
el Pueblo se ha sonreído,
con risa de hombre bueno,
se le ha escapado un suspiro
y, con él, todos sus miedos.

El Pueblo vive feliz,
todo en él, sabe a pequeño,
a alcanzable, a cercano,
a paz, candor y sosiego,
todo en él, huele a sencillo,
a campechano, a sincero,
a tahona, a mercadillo,
a pan, tomillo y romero.
todo en él, suena a canción,
del más puro cancionero,
a voces, nanas y arrullos,
a trinos y a silbos vientos,
todo en él, lleva la impronta,
de estar anclado en tiempo,
los amores, las desdichas,
los decires y los sueños,
las entradas, las salidas,
las muertes y nacimientos,
todo en él, lleva la marca
de lo viejo y de lo nuevo,
de piedra, hierro y madera,
de cal, arena y cemento,
estampas descoloridas,
lugares para el ensueño,
todo ello y mucho más,
guarda el Pueblo en sus adentros.

Temprano, a la amanecida,
se despierta el viejo Pueblo,
se levanta bien despacio,
escuchando los silencios.
Los trinos embravecidos
de jilgueros y vencejos,
lo libran de su modorra,
lo sacan de su embeleso,
es hora de laborar
y de ganarse el sustento,
de conseguir de la tierra,
de las aguas y los cielos,
el préstamo, el adelanto,
de su preciado alimento.

Sus horas andan despacio,
se las marca un viejo tiempo,
hace bastantes jornadas.
las locas prisas, huyeron,

En su yantar que no falten,
el pan de trigo o centeno,
unas ollas de buen guiso,
ternera, pollo o cordero,
unas botellas de vino,
algún producto del huerto,
un apetito encendido
y después, un buen sesteo.

Cercano a la anochecida,
retorna el Pueblo a su feudo,
una mesa de camilla,
y el arte de un buen puchero,
son la mejor medicina,
antes de buscar al sueño,
y que no falten las charlas,
de mayores y pequeños,
en aquella catedral
de la palabra y los rezos,
Y después, la recogida,
a dormir como los leños,
a robarle, a la almohada,
caricias y bellos sueños.

Así de sencillo soy,
piensa, para si, el Pueblo,
y si alguien no lo cree,
que vaya algún día a verlo,
y compruebe con sus ojos,
lo que aquí estamos diciendo,
en este nuevo romance
de un pequeño y viejo Pueblo.

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