CIEN RAZONES... ( I )
Cien razones son más que suficientes para
trasladar mis vivencias en la ciudad que me vio nacer, la antigua Rusadir, la
moderna y cosmopolita Melilla, a unas cuantas páginas de paciente papel que
estoy seguro que será benévolo con mi atrevimiento; lo que hago extensivo, en
mi deseo, a aquellos posibles lectores, que deben armarse de la misma
comprensión, por si alguna vez caen en sus manos éstas y quieren perder su
tiempo (de ocio) en su lectura.
Cien razones que giran por igual en torno a personas de las que tuve claras evidencias de su vivir, en no pocas, y de las que conté con referencias notorias, en otras; así como de lugares, rincones, edificios, acontecimientos, objetos y un largo mosaico, que me parece más apropiado que la común etcétera, de recuerdos que brotan en torno a
Veinticuatro años de vida pueden dar mucho de sí para llenar arcas de gran tamaño de retazos de vidas, de nostalgias y añoranzas, de sentidos y placenteros recuerdos, de recreadas historias y leyendas que te juegan a veces la mala pasada de confundir o entremezclar, casi conscientemente y con premeditación y alevosa complicidad, la realidad con lo soñado o deseado; de elevaciones de lo anónimo y lo intrascendente, las menudencias, a la categoría de lo sublime; de introducciones de ciudadanos de a pie, corrientes y molientes, en el escalafón de la modesta biografía impresa; de rememoraciones de nombres lejanos en mi tiempo... Y todo ello, alimentado en la distancia por una especie de cordón umbilical que nunca deseé cortar por gratitud y hasta por egoísmo, que siempre me permitió a través de las frecuentes, a veces, y lejanas en el tiempo, en otras ocasiones, visitas a la ciudad, por los motivos más variados y por el permanente contacto que tuve siempre con los míos, con los más cercanos por mor de la consanguinidad o del afecto, la existencia de un flujo y reflujo, tan vitales, que viví en Melilla aún en la lejanía.
Es bueno advertir, por lo menos para que mi
conciencia quede tranquila, que bien lejos está este atrevimiento mío en
pretensión de convertir mis pensamientos en crónica, ni menos aún en fabricar
una obra literaria; tan sólo me mueve, como diría el poeta, y con los muchos
años que ya se te vinieron encima, ocupar el obligado ocio originado por el
jubileo, la simpleza de afianzar unas raíces, el volver la mirada atrás cuando
el camino dejado en la balanza de la vida es más largo que el del devenir
incierto y presumiblemente corto, el contradictorio e infantil goce, llegado
este tiempo de la mayoría de edad, de relatar batallitas con sus
correspondientes e ilustres personajes y con el exclusivo marco narrativo de
Ni fui el primero, ni seré el último. Muchos, los más, porque quedarán fuera de este arcón; pero no hay que preocuparse, porque otros atrevidos como yo llegarán y a otros santos vestirán; estando seguro de que lo harán con mejores ropajes, con palabras más justas y certeras, con pensamientos más claros, amenos y fluidos, con otras pretensiones bien distintas a las mías, respetadas y respetables todas, y que pueden tener un factor común, el de tratar de Melilla, de sus rincones, de sus gentes, de su pasado y de su futuro: tarea que no sólo es patrimonio de los políticos, ni siquiera de los escritores; sino de todo melillense bien nacido y por tanto agradecido, como pretendo serlo yo con este alegato anárquico en su fluir, pero muy sincero.
Cien razones sin concierto, un centenar de extensos pensamientos en rededor de entes y objetos concretos y cien motivos de gozo para el recuerdo, repartido en dos bloques envueltos en el mismo desorden.
Bien pudiera decir aquello de: ¡Qué se alce el telón de esta monumental osadía!
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