- ¡Pero, padre, por qué no me dijo que el niño no estaba aquí!
El abuelo movía la cabeza sin decir palabra y continuaba liando entre sus temblorosas manos su penúltimo cigarro de picadura.
¿Dónde habrá dormido este desvergonzado? Padre, cada día está usted más chocho. No te voy a dejar más al niño aquí para que te haga compañía. Desde mañana dormirá abajo conmigo.
El viejo seguía moviendo su cabeza y escupía de vez en cuando en el suelo. Cecilio había oído las últimas palabras de su madre y asomó su cabeza por detrás de la cama. Su madre al verlo no supo que hacer.
¡Pero, hijo...!
Cecilio mintió y dijo casi en voz baja:
Tenía calor, madre.
La madre, refunfuñando y sin dejar de hablar con ella misma, bajó las escaleras y dejó a Cecilio, que de nuevo se fue al suelo, en compañía de su abuelo, que seguía con su pelea de liar con sus manos temblorosas aquel cigarrillo de picadura. Sacó el pequeño todas sus cajas de debajo de la cama y se sentó. Fue abriéndolas una a una y se encontró con que todas estaban vacías. No supo de momento si lo soñado fue sueño o realidad, si volvería o no a ver todo aquello que había borrado porque él creía que eran cosas malas.
Cogió las cajas y las fue cerrando una a una sin prisas, sin tristeza, ni tampoco alegría.
Tendré que coger de nuevo a mis animalillos, seguro que estos no se perderán tan fácilmente como la niebla.
Se asomó a la ventana y vio como una nube que le sonreía se alejaba.
Costa Ballena, 20 de Agosto de 2025
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