OTROS CUENTOS...
1.- EL NIÑO QUE PERDIÓ LA NIEBLA
Murió el Papa un día del Señor, de su Señor, y las campanas de Peralveche, de su pequeña iglesia, sonaron tristes y monótonas, cuando el día empezaba a dejar de serlo para convertirse en noche.
Peralveche es un pueblecito de Guadalajara. Pequeño, pequeño, más pequeño todavía. Situado por allá lejos, como diría Cecilio, otro de los niños del lugar que con los suyos, pero sin saber por qué, un día le dijo adiós, para fijarlo desde entonces en su recuerdo.
Como el Santo Padre, Peralveche también se morirá un día y quizás un día igualmente del Señor, de su Señor, y las campanas de su pequeña iglesia sonarán tristes y monótonas, tañidas por vaya usted a saber por quién, cuando el día empiece a dejar de serlo para hacerse otra vez noche.
Conocí a Cecilio cuando era pequeño, pequeño, más pequeño todavía, como su pueblo. Rubio como el oro de los trigales que lo rodeaban y salpicada su cara, no del rojo de los ababoles, sino de numerosas pecas, muchas pecas, muchas más todavía. Su cabeza era como un balón de rugby. Fruto de un mal parto, decían con un cierto pesar las enlutadas y arrugadas viejas del lugar. Ello pronto le proporcionó al pequeño el correspondiente sustituto a su nombre de pila, sobre todo por la parte de la escasa chiquillería, porque era bien corta, porque no había más, del pueblo que le vio nacer. Sin que faltaran, por supuesto, en este quehacer, los mayores, ni se excluyera su propia madre, que desde muy pequeño, en sus arrebatos de cariño, le nombraba restregando su cabecita con sus manos llenas de sabañones de tanto usarlas en el lavadero como “Mi pepinito del cielo”.
Cecilio no iba al colegio cuando lo conocí, porque aún era pequeño, pequeño, más pequeño todavía. Bueno, eso de que no iba al colegio es un decir, pues según su maestra, que era de Guadalajara también, pero de la capital, no iba cuando en aquel estaban los trece alumnos que ella tenía y sí cuando le apetecía, ya que allí las puertas no se cerraban con llave, porque el colegio no tenía cerradura alguna y a él le encantaba subir solo la desvencijada escalera que daba acceso al aula, que había sido antaño una carbonera y que estaba situado en los altos del Ayuntamiento.
Costa Ballena, 14 de Agosto de 2025
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