Viernes, 15 de junio de 2018.
A 343 días…
UN
EMPATE QUE SABE A INJUSTO Y A POCO PREMIO.
Ronaldo, con sus tres goles, nos aguó el merecido triunfo, en el debut
de España en el Mundial de Rusia, con una pequeña o grande colaboración de
nuestro cancerbero, De Gea.
El
fútbol, lástima que se nos olvidara su nominación de “balompié”, es para muchos
algo grande, algo vital, algo que sin él no se podría vivir actualmente; por
otro lado, otros muchos, lejos del fanatismo de los primeros, lo consideran
algo importante, fuente de substancial movimiento dinerario y de
entretenimiento colectivo; otros, menos que los anteriores, pasan olímpicamente
de él y por último están los que lo odian, principalmente las amas de casa, sufridoras compañeras de
los forofos de este deporte.
El
partido Portugal – España, el injusto empate entre ambas selecciones pasará al
anecdotario del fútbol, sin más. Lo que si coleará es la noticia del fraude del
famoso Ronaldo. 19 millones de euros y dos años de cárcel (a no cumplir)
castigo por intentar engañar a la Hacienda Pública Española. Permítanme varías
preguntas, inservible camino para sumarme al grupo de los desconcertados,
aturdidos y cabreados habitantes de este
País, sobrado sobremanera de corruptos, defraudadores, tramposos, etc.
colocados en la cima de la popularidad, convertidos en adorados “dioses”.
El
fútbol, la selección española, las grandes figuras, las modernas y monumentales
instalaciones deportivas, los negocios, los fichajes, las cláusulas, los
ultras, el loco fanatismo, lo incontrolable, y otras “menudencias deportivas”,
están otorgando a este deporte mayoritario la categoría de “monstruo
incontrolado”, de decadente “circo universal”, donde todo será válido y, lo
nunca visto, será pan de cada día.
Ronaldo, sé que las culpas de tu “endiosamiento”, de tu estar por encima
de los pobres humanos de a pie, de tu inaceptable egocentrismo, de tu poder
hacer lo que te dé la real gana y de otros muchos “pecados”, no la tienes tú,
no naciste con ellas, no la mamaste, pero sí la engordaste, la acrecentaste y
la elevaste a la categoría de insoportable y, en ocasiones, despreciable, con
grito o sin grito animal, imitado hasta la saciedad por la grey infantil.
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